El Príncipe Azul conversa animadamente con Blancanieves mientras que el Corsario Negro parece estar haciendo muy buenas migas con Cenicienta. La fiesta está en su apogeo. Pimpinela Escarlata y Flecha Verde van por el décimo florero de Pilsen pero la borrachera aún no asoma; el Hombre del Traje Gris se pasea taciturno por la sala y lamenta no haber hecho amigos en fiestas anteriores, ignorante del hecho de que Violeta Valery no le saca los ojos de encima, aunque esta potencial vinculación no ha pasado inadvertida para la Celestina, que apronta sus agujas y sus hilos para unir el destino de los dos tímidos. En otro rincón del gran salón, Barbazul hace recuento de efebos, convencido de que la suerte le será propicia y pronto tendrá su ansiado festín. Pero no todo es frivolidad o perversión. En esta fiesta hay espacio para la intelectualidad más exquisita, y eso se comprueba al ver a Rosa Montero, Fredric Brown y Mauricio-José Schwarz discutiendo sobre el valor y la importancia del género negro. Lo dicho: una fiesta genial. Corren ríos de dorada cerveza (única bebida permitida por el anfitrión) y el humo plateado de los habanos encendidos dibuja contrapuntos que compiten con las brasas pletóricas de granates y amarillos.
No obstante, existen fuerzas en el universo capaces de alterar lo equilibrado y destrozar la armonía de los colores. ¿Por qué lo harían! Nadie lo sabe, por supuesto; la capacidad de disfrutar con la desgracia ajena es un sentimiento que comparten todas las criaturas, las reales y las imaginarias. En este caso, y sólo para joderme (o para que no pueda completar mi cuento), la puerta del salón se abre con violencia y entran la Fiebre Amarilla, la Peste Negra, el Moco Verde y la Enfermedad Azul. Algunos dicen que son los Cuatro Jinetes verdaderos, pero como todavía no salieron en la tele la especie no ha podido ser confirmada.
—¡La fiesta se acabó! —grita como poseída la Peste Negra.
—¿Por qué? —se espanta Violeta Rojo, que se disponía a leer una bella serie de microficciones enviadas por la gran narradora lituana Žalia Geltona.
—¡Porque se nos da la regalada gana! —aporta el Moco Verde.
—¡Les vamos a pegar una inmundicia que ni se imaginan! —refuerza, por si hiciera falta, la Fiebre Amarilla.
—¡Un momento! —exclamo sin que me importe una mierda la consigna de este relato—. ¡Con esa prepotencia no van a ganar nada! Tengo el control. —Y exhibo una Victorinox como podría haber mostrado un gautímetro o un hartmantrón.
—¡Ohhhhhhhhhh! —profieren los intrusos, que a pesar de su aparente salvajismo son más ineficaces que espirales para ahuyentar los mosquitos.
—Esta es mi fiesta —agrego—, y ustedes no han sido invitados.
—Nos hemos vestido… —La Enfermedad Azul parece a punto de soltar las lágrimas.
—¿Vestido? ¡Esto no es una fiesta de disfraces! —replico airado—. Y lo voy a demostrar. —Toco el control que acciona el techo corredizo, lo deslizo y la lluvia, que hasta ahora no había tenido ninguna participación en la trama, cae sobre los concurrentes con ferocidad. Los Cuatro Impostores, tomados por sorpresa, ven cómo sus capas y caretas se deshacen y sus identidades verdaderas quedan al descubierto.
—¡Maldición! —dice Tin Elli, el famoso conductor de televisión, una vez que su atuendo de la Fiebre Amarilla se ha transformado en papilla.
—Veníamos tan bien —lloriquea HPL, que se sentía encantado con su rol de la Peste Negra.
—No hay caso —se queja mi vecino gay del cuarto “C”, a quien ninguno de ustedes conoce, por cierto—, estos idiotas la cagan siempre.
—Siempre no, todos no. —Debajo de la máscara del Moco Verde está el Chapulín Colorado—. ¡No contaban con mi astucia! —dice y se mezcla de inmediato entre los asistentes a la fiesta. George H. White le alcanza un jarrón de cerveza rubia y casi todos empiezan a aplaudir con entusiasmo.
3 comentarios:
Y también el final pudo haber sido otro:
"Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo."
Poe era un melancólio aguafiestas.
Aguante la cerveza Pilsen y los rincones breves no tan breves
El pez se engancha por la boca (y los escritores por los dedos): voy a poner el final alternativo como un cuentito nuevo en Químicamente impuro. Se llamará: "Otro final para un colorinche", de María Cristina Rolnik, a menos que apeles, lo que no significará que se haga lugar a la apelación en forma automática; vas a tener que pelearla. ¡Me encantó!
Sergio,preguntale a Poe, preguntale.
Golpeá su ataúd y te atiende la esposa-prima Ligeia Morella Usher.
No aceptes bebida ni pruebes alimento alguno.
Si esperás una eternidad aparece Edgar Allan con frente amplia y el moño desatado.
Preguntale por su cuento y ,si acepta,publicalo completo!!
Después, volvé por favor.
La Quilmes me gusta también,tiene sabor abuelo.Pero esa es otra historia.
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