martes, 2 de diciembre de 2008

Desfaciendo entuertos II - Olga A. de Linares


Mientras nuestros héroes se enfrentan a la Gran Barrera de la Brevedad, y el Palantir da tono de ocupado, Pato y Gevidal toman Daiquiris extraterrestres, bien emponchaditos, en un perdido asteroide de la Nube de Oort, bastante chochos de la vida. (Aunque el narrador omnisciente sabe que la vieja y querida culpa judeocristiana ha comenzado a roer el alma de Gevi, por más que intenta ahogarla con brebajes exóticos. A la culpa, no al alma.)
 
[—Oiga, doña...
—¿Sí, don Saurio?
—Mire, usted será todo lo omnisciente que quiera, pero ¿por qué no se deja de dar vueltas y va al grano? ¿O planea hacer una tercera parte, también? ¡Lea el nombre del blog, caramba! No, si al final tiene razón Rasputila, ¿para qué están las normas si nadie les lleva el apunte?
—¡Para ignorarlas, claro! Somos argentinos, querido, y tenemos toda una tradición de desobediencia que mantener... Además, jovencito, exijo un poco más de respeto. Acá, soy Dios, y si me da la gana, lo borro de un teclazo... ¡Camine a cucha!
El personaje se retira, pero no sin hacer un gesto obsceno con el dedo medio de la mano derecha, que ella finge no ver. Al fin de cuentas, el maleducado tiene algo de razón: es sabida la aversión del Capo Máximo por las sagas interminables...]
 
—Pato...
—¿Sí, bebé?
—¿No te parece que se nos fue la mano con la broma?
—¿Broma? ¿Qué broma? —La-que-está-Más-Allá-de-la-Culpa lanza una carcajada digna del Guasón—. ¡Fue todo bien en serio! ¡Y se lo tenían merecido! A mí nadie me tira de las trenzas sin pagármelas...
—Pero los chicos nos querían...
—Daños colaterales... En la guerra y la literatura, ¡todo vale! Y dejate de lloriqueos, que la humedad empaña el Premio.
Gevidal empieza comprender el terrible error cometido al aliarse a ya saben quién. Ahora, ¿quién podrá defenderlo?
—¡Yo! —De una nube refulgente emerge una figura roja.
—¿El Chapulín Colorado? —se pregunta Pato, sorprendida a su pesar.
—¡Oh, Dios, el demonio! ¡Ha venido por mí! —solloza Gevidal, rasgándose las vestiduras.
—¡Ma qué demonio ni demonio! —vocifera Saurio.
—¡Ni qué Chapulín Colorado! —añade Olga. Debe reconocerlo, el rojo no es un color demasiado apropiado para ella. 
—¡Así os quería agarrar, desvergonzados! —brama Rasputila, que también se había subido a la nube-patrulla.
—¡Satanás! —chilla Pato, retrocediendo espantada.
—¡No me vengas con halagos, chavala! ¡Eso no te salvará! 
—¡Piedad, Gran Maestre, fue una joda para Tin-Elli, una bromita inocente...!
—¡Peor aún! —grita Rasputila. Su cabeza gira como si perteneciera a la protagonista del Exorcista, dejando ver su otro rostro, el del venerable Hartmanovich. ¡Parecen el dios Jano!—. Por mencionar a ese innombrable, te duplicaremos la pena. Deberás copiar un millón de veces las normas de envío, y recitárselas en el oído a cada refractario, hasta hacérselas cumplir a rajatabla. 
—¡Olguita, dame una mano, porfa...! Vos viste que siempre elogio los trabajos que presentás, somos colegas de teclado y, más importante aún, de género, ¡ayudame! 
—Si cooperás con el lustrado de las manzanas, prometo interceder por vos. Pero no te garantizo nada... Después de todo, si no fuera por mi misión a Río Negro, también estaría en Babia, como el resto...
—Pero, amorosa, sabía que estabas a dieta y que no comerías pizza ¿verdad?
—No le crea, alumna, los felones atrapados dicen cualquier cosa con tal de salvarse... Además, mientras ella cumpla su penitencia y sus compañeros estén reponiéndose, no tendrá competencia... —susurra astutamente Rasputila-Hartmanovich, buen conocedor del alma humana.
Aprovechando la vacilación de Olga, Pato empuja a Gevidal contra el Doble Maestre, y dando un salto prodigioso se sube a un monoplaza hiperdimensional que acaba de atracar en el helado muelle. Pronto está a años luz, aunque su carcajada maléfica, y la promesa que lanza, remedando a Terminnegger, sigue resonando aún en los oídos de todos los presentes. 
—¡Volveré!
 
De regreso en Taller 7, su sinceramente arrepentido secuaz colabora para crear el antídoto del hechizo. Luego, comienza a cumplir su castigo: ayuda a devolver envíos que no se ajusten a las formas. 
¿El Premio? Desapareció en el viaje de regreso a Joggwwartt. Misterio general. 
Solo el narrador omnisciente sabe quién aprovechó la confusión para apropiárselo. 
Y que, a estas alturas, la culpable está convencida de haberlo ganado en buena ley: si no fuera por ella, todos seguirían babosamente zombis. Y los villanos, tan campantes.

4 comentarios:

pato dijo...

¡Magistral, Olga! Me en-can-tó. (¿en serio no le gustan al jefe las sagas? Porque da para seguirla...)
ja, ja, jaaaaaaa! (carcajada intergaláctica)

Olga A. de Linares dijo...

Gracias, Pato, sos mi villana preferida. Porque me diste ocasión de ponerme a delirar un rato y me divertí de lo lindo mientras tanto.

gevidal dijo...

Me encantó ser un personaje de tu historia, es muy divertida, ahora lo de la culpa judeo cristiana me parecio un muy golpe bajo, casi enano. Me rei mucho con la intervencion de la nube y saurio. que se repita.

Olga A. de Linares dijo...

Guille... con mi altura yo solo puedo dar golpes bajos, qué se le va a hacer.
Pero me alegro de que te haya gustado el protagonismo,más allá de la bajez de los golpes. En todo caso, como ya dije, gran mérito es de Pato, que esta vez fue mi "musa" inspiradora.