miércoles, 12 de noviembre de 2008

Síndrome de abstinencia - Jorge Martín


El edificio ocupaba una manzana entera, estaba en la etapa final de instalación y pintura. Tipo condominio, con espacios comunes como pileta, quincho, lavadero y cochera. Un estilo relajado que nos entusiasmó desde el principio. Después de visitar el departamento tipo, y sin pensarlo dos veces, dimos la seña por uno de tres ambientes con una pequeña terraza. Con la mitad al contado y el resto a pagar en diez años nos quedaba una cuota mensual alta, pero valía la pena. 
Nos fuimos a vivir cuando todavía podía sentirse el olor a la pintura y el hall de entrada no tenía cerradura ni portero. El apuro era absurdo, pero nos ganó la ansiedad, o por lo menos fue lo que pensamos en ese momento. A la semana nuestra casa estaba atestada de muebles, electrodomésticos, vajilla, cortinas, ropa y accesorios en cantidad, como para  completar tres casas. En las listas aparecían como urgentes cosas que no necesitábamos y excedían los límites de nuestras exhaustas tarjetas de crédito, ya fueran Vip o Gold, evaporando nuestros ahorros y empeñándonos hasta el cuello. Pero las escenas en los pasillos eran idénticas, ya que nuestros vecinos sufrían del mismo ardor que los hacía comprar sin poder detenerse. Fue necesaria la intervención de los bomberos y la policía cuando la acumulación de paquetes sin abrir de todo tipo y tamaño cubrió la vereda y obstruyó la calle. El diagnóstico no sorprendió a nadie, después de una larga investigación el origen de la epidemia parecía ser que el complejo estaba construido sobre los terrenos de un antiguo shopping, un centro de compras. Esos lugares fueron prohibidos hace ya una década por adictivos, cuando las personas empezaron a morir aplastadas por sus propias compras, dejaban de comer para alcanzar una oferta, se suicidaban en masa cuando les cerraban las cuentas y se quedaban sin dinero. No sabíamos de la existencia de un efecto residual. Lo difícil será sobrellevar el periodo de abstinencia. El deseo de comprar estará siempre ahí, al acecho. A veces jugamos a escondidas con dinero falso y hacemos paquetes con cajas vacías, intercambiándolas para reducir la ansiedad. Anoche mismo soñé que estaba en el cielo, y que era un centro de compras; aborrecí despertar. No pienso contarlo en la terapia estatal. Nos pueden quitar la compra del mes por mi culpa.

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