miércoles, 12 de noviembre de 2008

En la montaña de Longhu - Olga A. de Linares


Me gusta estar aquí. 
Claro que hubiera preferido seguir viviendo allá abajo,  cerca del hermoso Poyang, pero dado que no podía negarme a partir, estoy mejor que en otro lado.
Por lo menos, acá corre el aire, y tengo una hermoso paisaje a mis pies. 
Siempre me gustaron las montañas de Jiangxi, con sus laderas veladas por la niebla, y el río Yangzí corriendo a sus pies. Pero si no fuera por el  torrente que se despeña a poca distancia y los pájaros, tal vez la soledad y el silencio me abrumarían. Sus voces y cantos  no son un mal consuelo, y me acompañan en mi destierro.
Aunque, debo confesarlo, a veces la tristeza me invade igual que la niebla a la montaña. 
Es que extraño a los míos. 
Pienso a menudo qué harán, si todavía me recuerdan, si les sigue doliendo el alma cuando, a la hora de la cena, solo mi nostalgia ocupa el asiento aquel, junto a la ventana.
Y me apena saber que un día ya no notarán mi ausencia. 
Igual que ver cómo, poco a poco, se me van borrando sus recuerdos. 
Temo que pronto ya no tendré memoria de la sonrisa blanca de Lian, ni del brillo del farol sobre la trenza oscura de Xia Jun. Tampoco recordaré  el borboteo tranquilizador de la olla sobre el fuego, ni la voz aguda de Wang al despertar. 
Es todo lo que me queda ya. 
Apenas un puñado de imágenes que palidecen día a día, mientras el viento arrulla mi ataúd, y llora conmigo mi muerte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hablar desde la muerte a la vida. No es cosa sencilla. Duro -llega y pega-
Un abrazo Olga