martes, 7 de octubre de 2008

Poema 12 - Paola Cescon


Abre el libro y comienza a leer. Esa noche la invoca, al igual que tantas otras en las cuales no había tenido respuesta. La recorre con su dedo en el papel, como preámbulo de locura. Besa las letras, una a una, lamiendo cada verso como acostumbra a hacer. Pero el presentimiento circundante resulta estremecedor. Cuando cierra los párpados, aparece, etérea, tal cual la había leído. Ligera y volátil. Una mirada es suficiente para navegar sin rima.
Untan con mieles sus cuerpos, se empalagan de lenguas recorriendo años de deseo impreso, penetran agonías mutuas en húmedos cuencos. Él despierta desaforado, la quietud a la cual fue sometida durante años. Ella gime increscendo, se contorsiona como sierpe al saberse en libertad. Esteban explota su nácar en los labios carmín, esparce el semen con sádica lentitud por esa piel hasta llegar al pubis famélico. La alada aúlla y por un momento, despegan del suelo.
Al amanecer, encuentra a su lado únicamente una pluma y el libro que aún lo llama con ironía desde la mesa de luz. Prepara un cóctel mortal de drogas que acabará con su obsesión angélica. Sabe que él no se lo podrá perdonar jamás. Las mujeres etéreas son exclusividad de Girondo. Y en este poema, Maria Luisa, infiel a una leyenda, osa volar con otro.

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