domingo, 19 de octubre de 2008

No me pidas un milagro - Saurio


Un tipo se muere. Es un tipo joven y su muerte fue absurda, más absurda que cualquier otra muerte. La familia lo llora desconsolada. Los amigos lo lloran desconsolados. El pueblo entero lo llora desconsolado.
Un amigo del muerto había estado demasiado ocupado con otros asuntos y no puede llegar al velorio ni al entierro. Un poco por culpa y otro poco porque, en verdad esta muerte fue más absurda que otras muertes, hace uso de sus poderes milagrosos y lo resucita.
Fiesta, regocijo, joda al por mayor. Pero los días bajo tierra habían hecho lo suyo y, cuando la alegría inicial pasó, todos se dan cuenta de que el pibe tiene un tremendo olor a muerto que no se le va con nada. Así que van a buscarlo al milagrero para que haga algo. Claro, el milagrero tiene sus propios problemas: por andar metido en política y ser sospechado de encabezar una célula revolucionaria las autoridades lo acaban de ejecutar y apenas tiene poder para hacerse cargo de su propia muerte.
El resucitado visita a diferentes curanderos, brujos, necromantes y milagreros, pero éstos nada pueden hacer, algo tan complejo como una resurrección deja al receptor inmunizado contra los poderes mágicos de cualquiera excepto de aquel quien le diera este don. Así que el resucitado se retira a las montañas, lejos de la gente, a ocultar su olor y su carne pálida y putrefacta.
Al principio su familia lo visita pero luego lo abandona, no por el continuo olor a muerto, sino porque van envejeciendo y muriendo mientras que el resucitado sigue igual, inmortal, libre del influjo del paso del tiempo pero atrapado en su condición de cadáver reciente.
Trescientos cuarenta y nueve años más tarde decide poner fin a su vida y se hace devorar por una bandada de buitres, lo que resulta un serio error, pues su consciencia (o su alma, como quieran) no sólo queda adherida a los huesos que se blanquean en el desierto sino que se va en cada uno de los buitres, se hace parte de sus procesos digestivos y forma parte de sus códigos genéticos y sus excrementos, los cuales a su vez alimentan a los peldaños más bajos de la pirámide alimenticia, y así va su consciencia, desperdigándose por toda la Naturaleza, observando el mundo a través de miles de ojos, hojas, antenas, tentáculos y pistilos, siempre alerta
Después de esto pasan más de mil años, muchos más, por lo que es probable que, a esta altura del partido y gracias al proceso de comer y ser comidos, todos compartamos la consciencia del resucitado, todos tengamos parte de él dando vueltas por nuestros cuerpos y nuestras mentes.
Eso explicaría muchas cosas.

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