—¡Papáaa! —gritó Delfina, volviendo esa “a” final interminable.
El padre se levantó de golpe y corriendo llegó al cuarto de la niña.
—¿Qué pasa mi amor? —preguntó, sentándose a su lado y abrazándola.
—Hay un moustro —dijo Delfina, y señalaba debajo de la cama.
Con una pequeña sonrisa en sus labios el padre dijo:
—Hermosa, los monstruos no existen. Vas a ver como Papá mira abajo de la cama y no hay nada. ¿Si?
Delfina, de apenas tres años, esbozó una sonrisa, y pensó: “¿Como puede pensar que los moustros no existen?”. Su padre se arrodilló al lado de la cama, levantó el cubrecama y miró. Una criatura horriblemente verdosa lo agarró de un brazo y lo llevó debajo de la cama de un solo tirón. Delfina, aterrada, pudo escuchar y sentir una breve pelea debajo de la cama, seguido de unas mandíbulas masticando. Luego el silencio fue sepulcral durante unos minutos.
—¿Estás ahí? —preguntó Delfina, con la voz tan finita como la de un moribundo.
Una voz gutural y entrecortada le respondió: —Sí. Gracias por la comida. No te voy a molestar más... por un tiempo.
Delfina sonrió, y pensó que debía deshacerse del monstruo.
4 comentarios:
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El moustro, pero en el buen sentido, es el que ha escrito este relato.
Muy bueno.
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Jeje, gracias, Jacinto :)
Hola: quisiera saber si este es un cuento de ciencia ficcion. muchas gracias!!!!
No es un cuento de ciencia ficción. Podría ser clasificado como cuento de terror, en todo caso.
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