El asfalto trazaba un largo camino hacia el horizonte, sobre cuyas espaldas se suicidaban las altas aldeas. Había hecho dedo, y un coche blanco se había detenido a pocos pasos. Sus ojos negros sonreían y me sentí transportado sobre las alas del horizonte como una espiga. Mis pupilas temblaron cuando contemplé su agradable rostro risueño... Era una joven crucificada en ese lugar. Lo supe cuando me preguntó: “¿Es que los pájaros tienen derecho a volar? ¿O les basta con sorber el té mientras ahogan los gritos de sus fetos en el fondo de las entrañas?”
¿Fue cuando llegó a discernir la verdad que la crucificaron? En sus uniformes azules y sus “djellabas”, de los cuales emanaba un hedor que apestaba el espacio brumoso, los obreros habían mentado largamente su nombre. Me abrió la puerta del auto cuando quise cambiar algunas palabras con ella. Él surgió repentinamente de la nada. Sus dedos adoptaban la forma de un pájaro gigantesco con un pico largo y enorme... Suspenso, la percibí crucificada.
Hubiese querido gritar con todas mis fuerzas, dejando sentada mi protesta, pero él me atacó con sus espantosas garras y levantó vuelo. Muy alto... Demasiado lejos, me dejó caer en un profundo valle, excavado entre dos montañas que los rayos del sol jamás logran alcanzar.
Traducción del árabe al francés: Essia Skhiri
Traducción del francés al español: Olga A. de Linares
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