miércoles, 1 de octubre de 2008

La última de ron - Roxana Heise


Ese rostro lóbrego y frío no me pertenece; es sólo una imagen robada a tu delirio, un fantasma extraído de algún libro de Allan Poe o un cielo kafkiano que anidó en tu retina.
Me pones una copa, la última de ron, y dejo los manuscritos retozando en la mesa. Te marchas a la cocina o la alcoba, yo qué sé. Desde hace mucho tiempo precisas tu retiro y pareces extraviada en tu monólogo interior: que los años, la vida, esa perra indolente, las deudas, los hijos que llegan y se van. Luego apareces y lloras, eludes mi consuelo y evocas a tu madre, que tanto te lo advirtió.
Ya no duele tu hermosa espalda esfumándose en el pasillo, otorgándole sentido a mi mansa soledad. Ahora bebo en secreto, degusto la última gota rezagada en el vaso que perfuma mi mano, mi mano de escritor.
¡Tanto morder el polvo y volverlo candilejas!, gritas a distancia por enésima vez. Tanto amasar los sueños sólo para no morir, agrego pacientemente, sin esperar algo más. No hay dinero, ni editores que valoren el talento. Nada queda en la copa, pero sí algo dentro de mí: es una sonrisa extraña, invisible exteriormente, encubierta por ese rostro lóbrego y frío percibido por tu alma, yerma de ensoñación.

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