La abuela contempló la escena. En las sombras del callejón el individuo aquel mantenía prisionera a la muchacha contra la pared mientras la forzaba a alzar la falda, que ella retenía, o intentaba retener, lo más cerca posible de sus rodillas. Dejó las bolsas de la compra para correr a pedir ayuda, pero tuvo una idea, y en lugar de eso se quitó una de sus zapatillas deportivas. "Tantos caminos —pensó divertida con su propia ocurrencia—, tantos caminos que proteger".
Luego de esto, sigilosa y renca, se acercó por detrás al agresor.
—¡Joven —gritó— tamaña felonía indigna es, hasta de miserable truhán en ciernes como vos, voto a bríos que sin tardanza atajaré tan osada vileza!
El otro miró de través sin apartar las manos de su víctima, que ya apenas se resistía. Viendo a la mujer rechoncha y arrugada que le había recriminado con tan ridículo énfasis comenzó a reír.
—¿Pero quién te crees —carcajeó—, la doña del Quijote ese de la Mancha, y además sin zapa...?
Cometió el error de desviar su atención y su mirada al pie de la abuela y ésta, asiendo del cordón la zapatilla deportiva que mantenía oculta y haciéndola girar cual mangual volandero, le calzó tal zapatazo en la sien que lo dejó inconsciente.
—Pero ¿cómo es posible que perdiera el conocimiento? —pregunta la joven cuando ambas han interpuesto distancia; mientras se recupera de su sorpresa y restituye la ultrajada ropa interior.
—Oh, bueno —contesta la accidental templaria—, recordé el verso de Gloria Fuertes: "no me defenderé con una piedra si puedo defenderme con una flor..." —y extrayendo del interior de la zapatilla un adoquín de piedra—: pero yo no encontré flor ninguna.
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