Su tristeza aquel sábado por la noche fue la máquina registradora del hipermercado en el que había completado turno, las rarezas del pirado de su encargado y aquellos ojos saltones suyos mirándole el escote, la rutina de los mendigos rebuscando en la basura los restos de alimento que ella misma había tirado unas horas antes.
La desilusión la esperaba en la parada del autobús, que llegó tarde y abarrotado como siempre, en los cuatro vagos del barrio sentados en la acera fumando algo en papel de plata; la esperaba en el ascensor, ya en su bloque de apartamentos, que seguía, para no variar, fuera de servicio; la esperaba en el olor rancio de su casa estrecha, incómoda, vieja.
Su cansancio vinieron a ser los dos "hola" tibios de sus hijos, desde el sofá del salón, la noticia de que la niñera había encontrado por fin una excusa para dejarla, tanta factura que sabía y ni miró, la cena que tuvo que preparar, el espejo del baño tan sucio y su rostro en él después de la ducha, avejentado.
—Mira mamá, y con espadas, pero de láser, ¡así! —le explicaron los niños mientras, con su energía habitual, reproducían la esgrima, fingiendo haces de luz naciéndole de las manos.
—Yo no sé qué es eso del "la-ser". Vamos a ver otra cosa, ¿eh?
Pero ante la sola mención de cambiar de canal arrugaron ambos la cara, y al borde del llanto, parecían buscar por los rincones un cohete espacial que les rescatase. Sólo de contemplar lo simpático de sus gestos supo que sería incapaz de discutirles la película. Sonrió resignada.
—Y allí la rindió el sueño tras la cena, sobre el sillón, mientras sus hijos seguían a los caballeros del espacio, transportados por una vieja nave estrafalaria, en su lucha contra un contrabandista de cara de sapo. "¡Que la fuerza te acompañe!", se deseaban antes de aprestarse a la batalla final contra la tiranía del Imperio.
—Allí se quedó dormida sin que nadie le explicara que el láser no es otra cosa que ese rojizo brillo que conoce tan bien, y que brota día tras día del lector escáner de su máquina registradora.
2 comentarios:
Muy triste, pero ultimamente la realidad cotidiana de muchas casas.
***
Desde luego es triste.
No nos queda otra solución que ensalzarlas con nuestros textos.
Yo he conocido al menos a tres mujeres que merecían, y afortunadamente aún merecen, el apelativo de "caballeras Yedi".
Honradas sean.
Gracias por tu comentario, Anónimo.
Un abrazo.
***
Publicar un comentario