Cuenta Arthur VanRockwood (Viajes, tomo 17) que en uno de sus recorridos por las regiones occidentales del mundo arribó a un pueblo donde escuchó a una narradora referir la siguiente historia:
—En tiempos remotos, eras anteriores al Imperio, guerrearon los partidarios del hombre y los de la mujer. De la naturaleza del combate poco se conoce, pero la guerra ocupó todas las provincias del mundo y se prolongó por siglos incontados. En ambos bandos había mujeres y hombres; nadie se declaraba neutral o dejaba de combatir. A veces ganaban una batalla los partidarios de los hombres; en otras ocasiones eran los de las mujeres los que triunfaban, y fue gracias a una de estas últimas victorias que fueron creadas las ciudades, porque es sabido que quienes siguen a las mujeres buscan habitar el espacio, no recorrerlo sin descansar. Poco a poco empezaron a llegar rumores de provincias donde las batallas habían cesado, vencidos los hombres y recluidos en las ciudades o vencidas las mujeres y condenadas a hablar las lenguas que habían inventado quienes seguían a los hombres. A veces eran visibles grandes procesiones que marchaban hacia la guerra, pero dónde se celebraban esas batallas nadie lo sabía y con el paso de los años empezaron a olvidarse los combates. Se sabe, sin embargo, que algunas regiones fueron conquistadas por los partidarios de las mujeres y, en ellas, muchas veces se le hizo a creer a los seguidores de los hombres que habían sido ellos los vencedores, ocultándose el verdadero gobierno; del mismo modo, en otros rincones del mundo fueron los combatientes del bando de los hombres los que..."
En ese punto de la narración interrumpió Arthur VanRockwood las palabras de la mujer.
—Te equivocas, anciana —le dijo.
—¿En qué me equivoco, extranjero? Piensa antes de responder, pues mi sabiduría es vasta y profunda.
—Has dicho que nadie se declaraba neutral, y no es cierto. Yo mismo, que tanto he viajado, conocí a uno de los Inmortales, y según su historia muchos de esa estirpe se mantuvieron al margen de la Gran Guerra...
La anciana trazó con su mano izquierda un signo en el aire, escupió y se marchó. Todos los presentes bajaron la mirada. Uno de ellos explicó a VanRockwood que antes de la caída del sol debía abandonar el pueblo, ya que en sus palabras había sido rozado lo ominoso, lo que no debía nombrarse y quedar libre por el mundo.
Y asi lo hizo Arthur VanRockwood, quien, como sabemos, entendía el por qué de aquella norma (bastante común en las regiones occidentales) a la perfección.
Para el lector curioso diremos que el encuentro con el último de los Inmortales es narrado en el tomo noveno de los Viajes. La interpretación de ese relato, sin embargo, no es tan clara como la del fragmento que acabamos de ofrecer.
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