Tendido en su cómoda litera vio a Luis Felipe cambiarse de nombre y huir hacia Inglaterra, atacado por la masa proletaria y desamparado por la burguesía. Vio a los 16 hermanos de Mendeliev ir y venir por el patio de la vieja escuela. Vio a la robusta musa de Balzac, sin corpiño, perfumarse el vello de las axilas.
Algo lo despertó ¿Un ladrido? ¿Un rebuzno? ¿Una tiza quebrándose contra la superficie del pizarrón? ¿El crepitar de la leña en el fuego?
Reconcentrado y escéptico vio las intenciones de Sarmiento, imposibles de aplicar en un país de terratenientes. Vio la muerte de Dorrego, la llegada de Rosas al poder, las desdichas de un abogado harto valiente puesto a general, los aires patrios recordados por el niño Esnaola. Vio a doña Encarnación Ezcurra. Vio a Benjamín Virasoro.
Volvió a despertar con la sensación de haber perdido los límites de la habitación, pero el ruido de las olas golpeando contra las rocas terminó por adormecerlo de nuevo.
Entorpecido por el cansancio y derramando su cerveza sobre el piso, vio como Pompeyo reintegraba el cargo de sumo sacerdote a Ircano II. Vio la furia de Marat pidiendo la cabeza de Lavoisier, la emoción de Joyce escribiéndole a su esposa, el registro fósil de Darwin, la carne de Juana chamuscándose en la hoguera.
Conmovido por la intranquilidad con que su hijo dormía, Dios (que por entonces trabajaba en un hospital) lo despertó nuevamente y le ofreció una taza de té aromado con deliciosa canela.
Dicen que fue de esa manera como inculcó a los hombres un pasado ilusorio, que ellos creyeron recordar o al menos haber leído, y le llamaron Historia.
Por lo demás, y a esta altura de los acontecimientos indiscutibles, el viejísimo y despreciado Caín es lo mismo que el prodigio de Mozart, que la cruz de Cristo y que el módulo de Gagarín girando en el vacío, que Peter Pan eternamente niño buscando su sombra, que Lumumba, que Lennon, que Courbet con todos sus pinceles, que la falsa castidad de Yocasta, que Magallanes, que el señor Vargas vendiendo querosén en la carbonería del barrio, que los cuadrados mágicos de Paul Klee, y que las manos del filósofo Althusser estrangulando a su esposa.
1 comentario:
Hola Rogelio, leí tu cuento "Una historia muy fácil de olvidar" publicado en la revista Péndulo Nº 7 y me pareció genial, no sólo por la historia sino por la forma de contarlo, es un cuento en el cual el lector tiene que reconstruir la verdadera historia a partir de lo que se cuenta, realmente una verdadera joyita.
Fue un gusto reencontrarme contigo en estos posts.
Un abrazo.
Claudia
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