domingo, 19 de octubre de 2008

3 de junio de 1997 - Cristian Mitelman


Coda para Enoch Soames

Cuando tenía veinticuatro años gané una beca a Inglaterra para perfeccionar mis estudios de Letras.
Estaba elaborando una larga monografía sobre Ovidio y recuerdo que aquella tarde, en la sala  de lectura del Museo Británico, soñé con un viaje a Constanza para embriagarme de los últimos paisajes que vio el poeta.
Para terminar de convencerme sobre la utilidad de mi proyecto, pensé que era joven y que tal vez no volviera a tener la oportunidad de estar un tiempo tan prolongado en Europa. 
La gente me pareció ese día notablemente nerviosa, lo cual es raro en esa región del mundo. Se diría que estaban esperando a alguien, y que ese alguien estaba en la categoría de los indeseables.
Solicité un libro de Fairclough sobre la poesía augustal. La bibliotecaria miró sobre mi hombro: era evidente que ya no estaba escuhándome.
Al darme vuelta lo vi aparecer. Uso este verbo porque es exacto; su presencia tenía algo de epifanía, pero una epifanía atroz y nocturna.     
Se acercó despacio y se ubicó a mi izquierda, aunque debo admitir que ni siquiera se dignó mirarme.
Pidió el libro de un tal Nupton sobre la poesía inglesa del siglo XIX. Su voz tenía algo espectral, como si el que hablara no perteneciera a las coordenadas de la realidad.
No me importó que la bibliotecaria lo atendiera a él primero con una mezcla de pánico o devoción (al fin y al cabo es lo mismo). 
 
Se alejó entonces con el libro; eligió el rincón más apartado. 
Minutos después yo estaba en una mesa con la obra de Fairclough. Comencé a tomar notas en unas fichas rectangulares que me acompañan desde que inicié la facultad. 
Algunos minutos después levanté la vista. El hombre ya no estaba, lo que me llamó la atención, porque para irse debía pasar inevitablemente frente a mí. Sin embargo, en la mesa que había elegido había un libro. Me acerqué por curiosidad. Era el trabajo de Nupton. Lo había dejado abierto en la página 274, en la cual se hablaba de un tal Beerbohm, autor de Enoch Soames.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A diferencia de otras "vueltas de tuerca" que dan ganas de bostezar, ésta es muy buena y está, además, muy bien escrita. ¡Felicitancias!