domingo, 14 de septiembre de 2008

Vida tomada - Jorge Martín


No me pregunten por qué, estaba seguro que no había hecho nada fuera de lo habitual. Era encontrarme con la mesa y un posible escapaba a la realidad. Así como suena. Podía escuchar los sonidos de estás cuasi existencias y percibir el vaho que las acompañaba en los desplazamientos, como si el aire se apretara en grumos en torno a ellas y con una estela apenas visible se deslizara por las habitaciones. Sabía que era yo realizando el trabajo que aplacé para mañana en el sótano o terminando la tesis abandonada en la computadora. Con desfachatez minuciosa concretaban lo que debí, dejé o no quise hacer. Desfasada por unos segundos en semirealidades, esta hiperactividad me alcanzaba de algún modo y no me daba descanso ni pausa. Las distintas e infinitas variantes que me imponía este mecanismo me dejaban exhausto e inválido, sin la suficiente energía  para enfrentar la realidad cotidiana que, por su grosor y peso, necesitaban toda mi fuerza y atención. Estaba seguro de que la mesa de madera oscura y lustrosa, antigua herencia de mejores épocas que solía estar en el hall de entrada, era la responsable o encubría el eje del conflicto. La encontraba en los lugares más inapropiados, el baño era la prueba irrefutable de que se traslada por medios insondables, no había modo de que el pesado mueble atravesara por la pequeña puerta. Debido al factor sorpresa, no era de extrañar que de manera inadvertida topara con ella y desconociendo todavía el sistema, dejaba libre de la jaula otro posible que no sabía cómo pero seguro iba a descalabrar aún más mi vida.  Intenté algunas desvaídas incursiones para someterla a un lugar fijo, golpearla o cubrirla. Era inútil, reaparecía apenas medaba vuelta. Entonces los posibles se volvieron sombras densas que empezaban a dejar sus marcas y afectaban los objetos. Envalentonadas por mi impotencia avanzaron noche tras noche adueñándose de mis cosas, de mi espacio, de mis opciones. Una vez que pusieron pie firme se quitaron la máscara de espejismos sutiles y desecharon la mesa. Otras cosas comenzaron a cambiar de lugar o desaparecían. Parapetado tras el viejo mueble de la cocina  y aunque en retirada, peleaba metro a metro con estos oponentes y como macho alfa no quería ceder hasta imponer la ley del  más fuerte.  Puedo compartir la misma dimensión con estas sombras desveladas pero no iba a permitir que me relegaran como uno más entre los posibles. Yo era el real, ¿O lo había sido? También podía estar volviéndome loco, pero ¿qué otra cosa me quedaba por hacer? La multitud de lo no hecho, lo no elegido, y hasta las opciones no queridas estaban derribando las defensas y dejándome desterrado en un hueco miserable de mi propia vida. ¿Era valido seguir de refugiado en el sano juicio?

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