Call me Ishmael.
Herman Melville.
—Pueden llamarlo Ismael, es el mejor fotógrafo de la agencia —dijo el director. Todos saludaron e Ismael permaneció callado—. Es sordo —aclaró el director.
En el viaje nadie reparó en él. La mayor parte del tiempo la dedicó a limpiar sus cámaras y lentes.
En la playa de Pirámides, mientras todos se acomodaban un poco, Ismael miraba hacia el mar con devoción, con y sin cámara.
Ya en el bote, cuando se alzó la primera cola de ballena franca, decenas de clics crujieron; cuando el silencio volvía y la cola estaba en posición mágica, se oyó un sonoro clac que anunciaba la foto perfecta de Ismael.
Sacó las fotos de los turistas y de la cena de camaradería con desgano y cierta displicencia que nadie notó.
En las mañanas, desde el alba, se acomodaba sobre un viejo quillango y apoyaba su equipo con delicadeza. Aunque tenía prismáticos, usaba la cámara para mirar hacia el mar.
Las ballenas lo habían atrapado desde muy chico, le fascinaban. Sabía mucho sobre ellas, sus fotos eran bastante famosas y se vendían a buen precio en Europa.
Cuando los turistas se volvieron, él se quedó un tiempo más. Volvía a la península todos los días y estaba del amanecer hasta la noche.
La gran ballena y su cría se asomaban a la bahía a la misma hora todos los días. Les sacaba fotos con mucha paciencia y en silencio. Evitaba hacer ruido, no quería perturbar a la tranquilidad que lo rodeaba y a la devoción que mamá ballena ponía en cada movimiento alrededor de su cachorro.
El paquete de fotos de la ballena y su pequeño nadando cerca de la costa se vendió muy bien.
La semana siguiente fue a la playa con su equipo de buzo y la cámara submarina.
Ismael se sumergió desde la orilla como si estuviese siguiendo una ceremonia ancestral; nadó lentamente acostumbrándose al frío y la penumbra.
Preparó la cámara y comenzó a sacar fotos cuando la enorme ballena se acercó. Parecía una danza ritual entre madre e hijo. De repente, en una maniobra común y entre clacs de la cámara, el cachorro se atascó entre unas piedras.
Ismael siguió su ritmo y tomó acciones efectivas. Destrabó al cachorro y siguió sacando fotos. La mamá ballena se acercó de costado y enfocó un ojo en Ismael. Se quedó tiesa un rato, Ismael sacó fotos y la ballena pareció sonreír, como agradeciendo.
Esa foto fue la foto del año en National Geographic y ganó varios premios. Ismael no lo supo, murió en el accidente que tuvo el ómnibus que lo llevaba de regreso a Buenos Aires.
Testigos del hecho aseguran que Ismael parecía sonreír, aún muerto.
1 comentario:
Dan ganas de conocer a Ismael. Triste su final. Hermoso el cuento.
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