domingo, 14 de septiembre de 2008

Entropía - Cristian Mitelman


Frente al auditorio, el profesor Reisig explica los postulados de la termodinámica, en particular el principio de dispersión, que postula que todas las fuerzas del universo tienden a caer en un estado de caos, de modo que lo que existe como orden (catedrales, botellas de vidrio verde, baldosas ajedrezadas) son agrupaciones momentáneas que también han de perderse por el caudal de dispersión de la realidad. 
Reisig quiere ir más lejos, quiere que el alumnado entienda en forma real sus palabras, pero no con cálculos de combinaciones atómicas. Es tal su deseo de aplicar una didáctica consubstanciada con su objeto de estudio, que su rostro comienza a difuminarse, se difumina lentamente; sus manos dejan de tener dedos; el pelo se esparce en una fogata que deviene en humo; las piernas se hacen un remolino de viento que se mezcla con el aire removido por las aspas del ventilador; la voz se quiebra,  la onda sonora se transforma en un susurro de fonemas imperceptibles.
Y luego viene la fusión con el todo, con el aula, con los pasillos, con la calle, con la copa de los árboles, con el río que se veía a través de los ventanales, por lo que el profesor Reisig demuestra su pasión por la enseñanza, aunque jamás recibirá la merecida recompensa por sus esfuerzos.

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