miércoles, 17 de septiembre de 2008

Romance playero - Marcial Fernández


Una cadena de oro al cuello, la piel morena, el cabello corto, los ojos verdes y el cuerpo perfecto. Soy un monstruo de la especie humana, un demonio con el que todo el universo quiere hacer el amor.
Es mediodía. La playa se cubre de mujeres jóvenes, de todas nacionalidades. Es extraño que entre tanto cuerpo semidesnudo, todavía ninguna pájara, blanca o roja, no me haya invitado a su cuarto de hotel.
Mi desconcierto crece; empero, no tanto para perder la paciencia: en cualquier momento alguna vampira diurna caerá ante mi simpatía, ante mi indudable soberbia.
Me acomodo en la tumbona y miro con indiferencia el mar. Mis labios arden de sal cuando siento un aguijonazo en la espalda: una trigueña, exuberante, me contempla extasiada.
Le echo un vistazo de reojo; inicio sabiamente el juego. Leo sus pensamientos: no sabe qué decirme; cómo acercárseme. Duda si seducirme o comprarme. Está a punto de enloquecer de deseo.
La siento como un pescador en pos del pez espada, ese mismo que por un ardid de la suerte le puede llenar de fortuna; ella lo sabe.
Pasan veinte minutos deliciosos. Es sobrehumano mostrarse admirable y a la vez, hipócritamente intocable, cual Dios. Sin embargo, es una pena que algunas mujeres tarden tanto tiempo en decidirse.
Por fin se levanta. Encamina cadenciosos movimientos hacia el bar. Pide dos martinis. Copas en manos me acecha. Seguro es modelo de cine o algo así. Viene a donde estoy. Todavía duda un poco pero finalmente no hace caso a mi displicencia. Está a unos pasos del ligue perfecto. Pasa de largo, sí, pasa de largo y le ofrece uno de los martinis al subnormal que toma el sol atrás de mi sombra.

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