Entré a la celebración del parque arbolado luego de pasar por mi alcoba, tratando de que el perro de mi novia no siguiera disminuyendo de tamaño a raíz de la leche barata que le di.
—Floopy —le dije—, no te achiques más. Y de ser un gran mastín quedó convertido en un pequeño pequinés.
Lo quise tomar con mis manos, para lo cual me puse unos guantes de piel humana con uñas y venas de trabajo. Pero se redujo más aún, mucho más; ya no parecía perro, sino solamente una especie de hurón con rayas a lo cebra, diminuto, con los ojos como bolitas de cristal, hasta que la puerta se abrió y me esforcé por llegar lo más rápido posible donde estaba mi amada.
El horror fue total cuando ella se fijó en mis manos, y lo que traía, ya ni siquiera parecía animal; el perro no era perro y no era animal. No era.
En mis guantes de mano verdadera había dos semillas, las cuales ella tomó.
Lloró desconsoladamente mientras los amigos le acariciaban la cabellera y me miraban con gran disgusto. Lanzó las semillas rojas contra la muralla al borde del camino; luego de dar varios tumbos, quedaron esparcidas en el medio del jardín.
Al cabo de unos minutos, un brote floreció de aquel lugar y me sentí desdichado, enfermo, agónico y corrí para destruir lo que quedaba del perro hecho semilla, que fue hurón y en un momento pequinés.
Llegué tarde. El árbol brotó y lanzó sus frutos con ira al suelo: pequeños grandes perros desfilaban por el lugar y me movían la cola alegremente. Ella, encontró mi mirada y rió, me besó y los perros siguieron llegando como una gran ola de energía, los amigos almorzaban en la gran celebración del jardín, y mi novia me llevó tras el muro a comer algo de torta.
La puerta de mi habitación quedó abierta y los perros fueron a dormir bajo la alfombra.
La torta era de lúcuma. Mi amada quiso más.
Todavía, después de quince años siguen brotando perros como mala hierba y el árbol se corroe, yo no puedo entrar a mi pieza y los perros se mueren atropellados por buses eléctricos cada treinta segundos. Y duele mucho.
El dolor se expande como ondas en el agua. Y ya no hay más agua a la cual culpar.
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