Marta sale, con su madre, de la exposición de pintura, muy seria. Desde hace una temporada, se hace a sí misma una pregunta indiscreta e intenta, en vano, responder a ella. Aquel paseo entre cuadros aumenta todavía mas su turbación. Ha visto a las más bellas mujeres que existen, sin velo alguno y tan claramente dibujadas que hubiera ella podido seguir, con la punta del dedo, las venas azules bajo las pieles blancas, contar los dientes, los rizos y hasta las sombras sobre los labios.
Pero a todas les faltaba algo.
Y, sin embargo, ¡ha visto a las más bellas mujeres que existen!
Marta da a su madre un triste "buenas noches", entra en su cuarto y se desnuda, llena de temor.
La luna, luminosa y fría, refleja las imágenes, apresándolas.
Marta, inquieta, alza sus brazos puros. Como una rama que, con un esfuerzo lento, se mueve y muestra un nido.
Marta, candorosa, no se atreve apenas a mirar su vientre desnudo, semejante a la avenida de un jardín, donde crece la hierba Tina.
Y Marta se dice: “¿Seré yo un monstruo, entre todas las mujeres?”
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