jueves, 4 de septiembre de 2008

El escape del náufrago - Juan Pablo Noroña


Si nuestro común amigo Reinaldo se materializa junto a ti en un bar o restaurante, por favor no permitas que perciba tu asombro. Sé casual, actúa con naturalidad; la vida de Reinaldo depende de eso. Primero se quejará por la incomodidad del asiento –dirá que le parece estar sobre arena húmeda–, luego expresará tener un hambre feroz y una sed beduina. Pedirá entonces cojines extra, y acto seguido ordenará cantidades pantagruélicas de comida y bebida; tu pasmo será mayúsculo al verlo ingerir tales volúmenes. Por supuesto, un cuerpo astral no tiene límites, y suponemos que muy poca de esa pitanza podrá de hecho beneficiar a su carne material. Si el local es silencioso, querrá acercarse a las paredes exteriores, y si no considera suficiente el ruido callejero, pagará a los músicos para que toquen fortissimo. Por desgracia, de no haber una orquesta o conjunto presentes, requerirá de ti y otros parroquianos que entonen el himno nacional o alguna de esas canciones que definen a una generación. Cualquier cosa con tal de encubrir el ruido de las olas; hemos concluido que el oído es el sentido más difícil de engañar; el olfato, por ejemplo, se contenta con un habano regular o el bouquet de un Chianti.  No te preocupes por la cuenta, él puede materializar buenos fajos de billetes... que duran al menos hasta ser ingresados en caja. Trata de no interrumpir su rutina, pues le es más fácil sostener una proyección preconcebida, e incluso así debe ser una carga para un náufrago tirado en la playa de un atolón sin nombre. Debemos agradecer a su elevada preparación filosófica el hecho de que haya subsistido alimentando su espíritu en estas bilocaciones. Es nuestro deber apoyarlo en su ordalía mientras dure, así que trata de no sacarlo de situación. Vigila su rostro: una expresión de sufrimiento o congoja te indicará cuando su mente flaquea. Entonces debes llamar su atención hacia algún manjar o placer presentes, o hacia algo hermoso, como por ejemplo una dama. Sólo esperamos que Reinaldo muera en paz, sin mucho dolor, preferentemente mientras esté disfrutando a la vez de la Rapsodia Húngara y un plato de cuz-cuz con carnero. Si algo nos preocupa en verdad es que sea hallado con vida y vuelva a la civilización blandiendo ese poder adquirido como defensa contra su infortunio. El menor de los males, considerando esta situación, es la muerte natural de nuestro amigo.


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