La vieja dama atravesó con su estilete la mano del pizzero a domicilio. El muchacho de rizos pelirrojos gritó hasta hacerse sangre en la garganta.
—Vaya clavada, ¿eh, chaval?... Igual que el precio de ese pedazo de masa mal amasado y peor horneado —dijo socarrona la anciana mirando a la pequeña webcam voladora que la seguía a todos los sitios y que retransmitía sus avatares vitales a nivel mundial, esa vida loca transformada en una sitcom internacional vía Internet. Inesperadamente, 'Dorada Senectud' se había convertido en una comedia de éxito que le permitía pagar sus facturas y darse algún caprichillo con el culturista proxeneta del barrio.
—¡Maldición! ¡Olvide conectarlas! —carraspeó furiosa la vieja. Apretó la pantalla táctil de su cubo de sonido y unas risas enlatadas empezaron a sonar. Las apagó y miró al asustado repartidor—. Creo que habrá que repetir la escena, querido. A ver si sale igual que la primera vez y lo coordinamos con las risas en off. Ya sabes, si no, la gente no sabe cuando reírse.
El chico con los ojos desorbitados vio acercarse a la anciana obsesionada con el share, rezó a un dios olvidado y le pidió morir dando su mejor perfil.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario