Todavía no existía Andalucía. Pero ya se conocía a los andaluces que la precedieron desde mucho antes de que se concretara el territorio hispánico. Andaluz podría definir el carácter rápido y exagerado, lleno de trampa y gracia, que nunca pierde el optimismo. Uno de estos andaluces fue el protagonista de cierta historia de Alejandro, que voy a relatar siguiendo la edición apócrifa de Pergolesi (Storw verídica del re Alexandro, siglo XVIII, posiblemente 1785).
Próximo a entrar en batalla, Alejandro, impulsado por Antípatro, se dirigió a Delfos para consultar a la Sibila. "Quiero que me digas –le dijo– qué fortuna correrán mis armas." La Sibila, contrariada por lo imperativo y desusado de la pregunta, después de convulsionarse envuelta por el humo que salía desde la parte inferior del trípode en que ejercía su función profética, le respondió: "El triunfo te será propicio si al salir de aquí sacrificas al primero que veas."
Alejandro salió del templo, seguido por sus generales, y lo primero que vio fue a un andaluz montado en un burro. Lo hizo detener y le notificó que se encomendara a Zeus porque en ese mismo momento habría de morir para satisfacer al oráculo. El andaluz (un hombre del pueblo), sin perder el aplomo, se hizo explicar la respuesta de la Sibila, y contestó a su vez con estas palabras: "Hay un malentendido, noble Alejandro. El primero que has visto no soy yo sino el burro en que estoy montado, ya que él me precede con su cabeza y su cuello. Yo sólo voy montado sobre la grupa, y estoy, por lo tanto, en segundo lugar después de la cabeza y el cuello de mi burro."
La contestación ingeniosa del andaluz no convenció a los generales de Alejandro que desenvainaron sus espadas para sacrificarlo. Pero aquél, sonriendo, ordenó que sólo se matara al burro. "Un hombre como éste –dijo– merece ser elevado a consejero. Y así lo decreto." Y el andaluz, con el nombre de Afridopatis, integró desde entonces, el cuerpo de notables que acompañó al imbatible guerrero.
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