Te contemplo, te miro, te observo y tú no puedes hacer lo mismo.
Pero… ¿por qué no me ves?
Claro, no sería tan perturbador si no fuese porque mi imagen frente al espejo ha perdido el control y comienza a quebrar sus manos contra el vidrio, y a gritar insonoramente.
Yo, en tanto, me mantengo incólume, preguntándome qué le está ocurriendo.
Aquel enloquece, sus ojos y su boca se abren con desmesura, se mutila la lengua.
Tales visiones son chocantes, pero permanezco impasible.
Procede a destrozar su rostro contra el cristal. Coge un trozo de vidrio, se corta la yugular, se desangra, se ahoga, cae… sucede todo tan rápido.
No alcanzo a entenderlo aún, mi cerebro es un caos, intenta racionalizar los hechos.
Miro hacia atrás, hacia la puerta del baño, escruto en mi mente la habitación, el departamento, la ciudad, mi trabajo, mi vida, mi soledad.
Entonces comprendo por qué él no podía verme.
Toco la superficie fría del vidrio con la palma de mi mano…
Es tiempo de pasar al otro lado.
Lima, octubre de 2004
Sobre el autor:
Carlos Enrique Saldivar
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