Yocasta no quiere que la bese, pero cuando estamos solos devuelve cada uno de mis besos. Ella me dice que el tiempo devorará su atractivo y que voy a olvidarla entre sonrisas jóvenes, mórbidos cuerpos y las profecías de Tiresias.
Yo no le temo a las esfinges. No hay acertijos que no pueda resolver ni oráculos en mi destino. A veces he retado a los dioses sin respuesta. No me escucharon o quizá son ellos los que temen.
Yocasta respeta sus designios y desconfía del futuro compartido entre nosotros. Me aterroriza que sólo entienda frases hechas y argumentos corporales. Yo le digo que debemos completar la sucesión de presentes donde nos encontramos día tras día y que nuestro amor es lo único digno de confianza. Insisto, porque amo los temores de Yocasta, la sonrisa impredecible, el cuerpo magnífico y amo también sus ojos grandes, porque ahí me reflejo para olvidar tantas tragedias protagonizadas en el pasado.
Sé, lo sé, que esta vez no habrá muertes, ni ceguera ni arrepentimientos posteriores, a fin de cuentas conozco nuestra historia. Además analizo desde hace muchos años las teorías freudianas empecinadas en mostrarnos más personajes que personas. Eso no sirve. Somos seres libres y no podemos conceder razón alguna a Homero, Sófocles, San Albano, Voltaire o Gidé, entre tantos otros empecinados en mal contar nuestras vidas.
Somos nuestros y eso no podrá cambiarlo escritor alguno.
Sobre el autor:
José Luis Velarde
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