Para robar un Banco –razonaba Joe Pisanello @ Joey– hacen falta al menos un motivo, un procedimiento de entrada y otro de fuga. El primero es sencillo de encontrar, siempre: si los Bancos tienen dinero, ¡vamos por él! Nada más simple ni más efectivo que una razón que podría llamar termodinámica; nada de cuestiones políticas o económicas o de venganzas personales o impersonales. Nada. La elemental búsqueda del equilibrio del dinero. En cuanto a cómo entrar, Joey tenía más o menos pergeñada una idea también sencilla, siempre. En el punto en que todo parecía fallar, casi siempre, era en la de encontrar un escape sencillo.
Joey no tenía nada de improvisado ni de amateur. Tenía un buen curriculum que más de uno envidiaría por sus logros, pero nunca había sido excelente para escapar. Lo bueno de todo líder es admitir las flaquezas de carácter y Joey era un excelente líder, sin exagerar la jactancia. De todas maneras, para esta ocasión tenía dos o tres opciones válidas, sólo que le costaba elegirlas porque sencillamente no era hombre de escapar. Aunque, como siempre, esta vez también tenía que ceder y escapar.
Entraría solo. En realidad, en Three Oaks el Banco era de acceso sencillo. Tenía una cantidad de dinero interesante y por la 12 se podía huir bastante limpiamente hasta la 94 y de ahí volver para atrás, hasta Elkhart y despistar a la cana hasta la semana siguiente; después volvería a Chicago vía Michigan y luego Gary o bien vía Walkerton y luego Valparaiso por la intrincada red de rutas vecinales alrededor de la 6. Ésa era la parte más difícil para tomar una decisión.
Si volvía por Gary podía visitar a Aunt Mae, que no era su tía, a pasos de la 2, mientras que si volvía por Valparaiso estaba Mommy Pop, la belleza rubia que conoció de morocha en 1958 en sus épocas de bailarina en Tanglewood, Berkley, casi sobre la 337, que ahora alternaba en un bar en la vecindad del cruce de la 130 con la 49.
Este tipo de indecisiones llevaba a Joey a trabajar solo, sobre todo porque sus cómplices anteriores pasaban al fresco varias temporadas desde 1950, unos en las prisiones de Lincoln, Nebraska (creía que por la 80) y otros quién sabe dónde. De todas maneras estos pequeños robos lo mantenían en forma y deslumbraba con la precisión de los detalles del ingreso y sustracción. Pero siempre solo, como un sapo solo.
El día 3 de noviembre de 1964 un rayo llamado Joey dejó sin dinero el Banco de Three Oaks y antes de que la policía entrase en acción, Joey estaba en Michigan y, como había planeado, retomó por la 93 hasta Elkhart. Había robado exactamente 93 grandes en billetes chicos y 12 mil en billetes de cien. Estaba seguro que con esas pistas la cana podría al menos intentar perseguirlo, pero no.
Decidió pasar con Aunt Mae ese fin de semana así que fue por Gary que, aunque había realizado limpieza en el aire por cierto tiempo, todavía tenía suburbios con techos color orín por el acero y la atmósfera era de color naranja patético. Mae tenía unos años más que él y sabía cómo gastar dinero, sobre todo si venía del no-sobrino predilecto Pisanello, pero esta vez se contuvo y sólo se mantuvieron con el delivery de comida china de la 65. Aunque una noche, Joey la llevó a un bar de desnudistas sobre la 2 con el secreto deseo de que Mae se entusiasmara y se desnudara y mostrara sus números a una audiencia pacata y horrible, necia y vagabunda. Esa noche, efectivamente, Aunt Mae deslumbró a todos y consiguió un contrato por 3 centenares a la semana. No era mucho, pero un buen comienzo dada su edad. A los 41 ninguna chica tenía esa paga. Mae se lo agradeció a Joey de buena forma esa noche.
Cuando se volvió a Chicago, entrando por la 90, ya estaba pensando en otro golpe. Pero tenía que consultar la libreta. No se recordaba qué números de ruta le quedaban libres. Probablemente, pensó con una sonrisa acompañada de ese gesto de media risa característico de las películas de gángster, le quedaría la 61. De paso, iría a visitar la tienda de su cantante favorito.
El auto de Joey se perdió en el tremendo tráfico del túnel, mientras la Luna se mostraba apenas entre los altos edificios al flanco de la 55 y las nubes que levantaba el viento.
Sobre el autor:
Héctor Ranea
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