Era gordo como un globo rojo de cinco de las antiguas pesetas repleto de agua de la fuente de la plaza del pueblo. Era delgado y torcido como el rabillo de una pera, verde, olvidada por su dureza en la cesta de mimbre de la vieja cocina de la abuela. Era ciega como la visibilidad que deja una lluvia densa en el cristal de un vehículo que alguien conduce de noche a excesiva velocidad. Era coja como un peluche de pie sobre un colchón viejo, torcido e inestable, tratando de avanzar con la ayuda de la manos de un humano sobre las arrugas de las sábanas. Era sorda como el suspiro de un cadáver atrapado en una caja, que lloran familiares y amigos en el cementerio de lo alto de una ladera olvidada. Eran todos un planeta de infinitos recovecos imposibles y preciosos, distintos, perfecto o imperfectos, pero repletos de misterios pendientes de alumbrar. Eran. Todos. Son y serán.
Tomado del blog
El país de la Gominola
Sobre el autor:
Daniel Diez Crespo
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