“Yo nunca nunca he besado a una marmota. Ni tampoco he entrado a un castillo encantado. “¡Encantado de conocerla!” , me dijeron alguna vez, pero no presté atención y huí. Yo nunca nunca he dicho “¡Encantado de conocerle!” a nadie, ni tampoco he abrazado un árbol, porque me dan miedo los bichitos. Supongo que si se acercan a mí con la intención de picarme, no les bastará un “¡Encantado de conocerle!” para evitar que me devoren. Yo nunca nunca besaría a un bichito, ni siquiera a uno que viviera en un castillo encantado. Tampoco nadie me ha devorado que yo recuerde; no con mi permiso al menos. No sé si me gustaría ser devorada con mi permiso o sin él, pero creo que no sería grato. No al menos si en ese momento estoy contenta, aunque eso sería poco probable. Pero si estoy triste, cosa que sí es muy probable, tal vez no fuera tan malo. Quizá con un piquete de bichito todo acabara y yo dejaría de preocuparme tanto por no conocer un castillo encantado, uno real. Y dejaría de tenerle tanto miedo a las picaduras de los bichitos. No podrían devorarme dos veces –bueno eso creo– y más si la mordedura es letal. Y la gran pena y culpa que siento a diario por no haber besado nunca a una marmota, desaparecería también. Pero entonces tendría un problema mayor, mejor dicho, varios. Si ya no tuviera curiosidad por conocer un castillo encantado real y dejara de tenerles miedo a las mordeduras letales de algunos bichitos. Y si tampoco tuviera la duda de saber lo que habría pasado si yo hubiese prestado atención a ese “¡Encantado de conocerla!” en vez de huir; entonces… ¿Qué me quedaría?
Cierto, yo nunca nunca, he besado a una marmota…”.
Acerca de la autora:
Georgina Montelongo
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