Estoy complicado, jodido, fregado, parece. Acabo de leer la noticia que me sindica entre los delincuentes que poseen arañas como mascota. Espero, nada más, que no me descubran. Aunque, pensándolo bien, no las tengo como mascota. A ver, repaso. El batallón de Amairobia está para cazar polillas, que no dejan de comerme las tiras de gasa y los sombreros de tía Etelvina, que guardo desde tanto tiempo. Ellas son infalibles: a las polillas no se las ve si ellas patrullan. ¿Qué sería de mis sombreros si tuviera que abandonarlas? Las cuatro Steatoda que me acompañan en el aparador de Lucía limpian de restos de piel mis pocos enseres y, cuando ven moscas sobrevolando las frutas y las carnes, lanzan alertas para todas las arañas y juntas se hacen el festín, liberándome de las malditas dípteras en un periquete, aunque después, debo reconocer, los excrementos de araña y los desechos de moscas hacen del lugar algo impresentable. Menos mal que para eso tengo las arañas Phoicus, ¡Sí; las conocidísimas Eensy Weensy! Con ellas juntando las carcasas me siento más seguro, pues al recibir invitados todo luce impecable y ellas, como siempre, prácticamente transparentes, casi no se notan. La única que me molesta un poco es la Scytodes: me escupe hasta el techo la tela, encima está medio tuerta o algo así y no caza mariposas como antes. A las queridas Salticus las tengo para rascarme la cabeza. Tengo dos, la que me rasca el hemisferio derecho y la del izquierdo, que es más acebrada, todavía. Están bien adiestradas. De hecho, cuando mejor se portan es rascando desde adentro. En fin, no los quiero aburrir, pero en este sentido sólo las tarántulas podrían decirse que están para mascota. De hecho, son quienes me ayudan a espantar a los religiosos que me despiertan durante mi siesta, a los cobradores que no saben tocar el timbre. También tengo un grupo de Loxoceles que posan en los cuadros más vacíos de casa, pero también me dan apoyo cuando me llaman para ofrecimientos varios o encuestas y se ponen al frente de localizar a esos indeseables. Tengo una aliada especial en una Actinopus (debo decir que la tengo que vestir para que no muestre su prominente sexo) para cuando hay propagandas de dentífrico en la tele. Tiene una memoria fotográfica, es avezada en medios de locomoción, me acompaña desde hace más de treinta años y sale en su búsqueda. Me ha traído varios dedos que, asegura, son de esos actores y publicistas y yo le creo. En fin, estoy más tranquilo, más que delincuente por tener mascotas, me podrán acusar de explotación del trabajo de mis arañas esclavas, pero seguramente la pena debe ser mucho menor a estar por quienes explotan a los humanos, que pagan muy poco. Y tengo mis sombreros y mis gasas a salvo de las contingencias de la vida.
Acerca del autor:
Héctor Ranea
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