—Míreme Feta. Míreme, por favor —dijo Fesor en un hilo de voz.
—¿Dónde carajos está? Trato de mirarlo, se lo juro, pero no veo nada —dijo Feta haciendo ademanes de búsqueda infructuosa pero incesante aunque con cierto dejo de nostalgia y buen beber.
—Míreme. Estoy cerca. El libro azul rayado amarillo.
—¿Se transformó en un libro, diga? —comentó jocoso Feta.
—No; estoy parado ahí nomás, cerca de la letra M.
—La letra M no será nunca más la misma desde aquella revista de Sexo y Humor. ¿Se acuerda, Fesor?
—¿Que si me acuerdo? Trabajé ahí mientras usted estudiaba y comía asados. Ahí descubrí que la miseria del mundo es infinita y las molestias suelen ser súbitas.
—¿Como cuál, seré curioso?
—Tengo una lista pero no puedo leerla. ¿No ve que estoy achicado?
—Una vez me dijo que “el agua del bidet llega hasta el techo cuando uno equivoca la canilla”. Ésa es una molestia súbita.
—Cierto. Pero no lo llamé para que me explique que “la leche mirada no hierve”. No me importune.
—¿Importunarlo, yo? ¿Quién me sacó de mi enfrascamiento? Estaba tan contento en el tarro de mermelada...
—No tengo tiempo, Feta. Le digo, así puede comunicárselo a mis deudos.
—¿Debe mucho, Fesor?
—Nada. Digo sobre mi última novela. La vida de Nabucco, desde su abuelo a la eternidad.
—¡Uf! Debe ser larguísima... no le prometo leerla.
—Pasa que me fui a la editorial y me encontré que el editor la había reducido a lo único legible, Feta.
—¿Y qué quedó?
—Esto: un aforismo. En eso quedé convertido.
—Y camino a convertirse en un punto y coma, le digo.
—Ni comer puedo. Con eso le digo todo. Se me atragantan hasta las tildes.
—Tiene suerte, a mí los aforismos me patean el hígado, por no decir otras partes. Así que dígame: ¿dónde prefiere que lo tire? ¿Orgánico o vidrio?
—Vidrio, por favor. Vidrio. Siempre soñé con ser ventana.
Acerca del autor:
Héctor Ranea
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