viernes, 1 de noviembre de 2013

Ni Kafka se hubiera atrevido – Héctor Ranea


Comencé a escribir sobre Kirlian Josephson el día en que lo conocí, sólo que no publiqué nada sobre él hasta muchos años después, cuando ya todos habían olvidado quién era. Supongo que si pasara por su Manor algún vecino recordaría algo o creería recordar alguna anécdota que le contara su padre o su abuelo. El escritor de la tinta de calamar fue caro al barrio Finsbury pero así como se ausentó lo olvidaron. Excéntrico, nigromante, gimnopedista, poeta y escritor, bravo diseñador y modisto, nada de eso se comparaba con su afición a la música. Pero por sobre todas las cosas, murió, sin decir a nadie cuándo, posiblemente por algún preparado al que se olvidó de hacer hervir lo suficiente y luego, una vez muerto, se quedó demasiado tiempo pensando qué había hecho mal y no resucitó, como era su costumbre. No sé dónde habrá quedado su cuerpo, nadie lo sabe. El paje, Ariabella y los compañeros del pub han muerto hace demasiado tiempo, conjeturo. Dejó, eso sí, un par de recetas de tragos y, entre los comienzos de novelas, algo interesante. Prefiero largamente sus tragos, la novela será sobre su amada música pluvial, pero es insufrible. Algún día alguien se atreverá a destruirla.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

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