viernes, 1 de noviembre de 2013

La pesca del salmón en Malthusser - Daniel Alcoba


En la isla de Malthusser la principal fuente de alimentación es la crianza de cerdos. Y éstos comen sobre todo cadáveres reciclados de personas mayores de setenta años que no han conseguido pescar un salmón con anzuelo y sedal la noche de la tercera luna nueva de cada año.
Como en Malthusser nunca hubo salmones ni se espera que los haya, porque una antigua ley (oral) los declara inmundos animales inexistentes en nuestras aguas, la prueba, el multitudinario concurso de pesca al que deben concurrir obligados todos los que hayan cumplido setenta años entre el tercer plenilunio del año anterior y el día de la tercera luna nueva del año en curso, parece de hecho degradado a farsa deportiva que maquilla mal un genocidio universal de septuagenarios flamantes.
No, no es una farsa: hace muchos años, cuando mi tatarabuelo era adolescente, Demetrios Salmonforos consiguió pescar el pez inmundo que no existe en nuestras aguas en el concurso nacional del día de la tercera luna nueva del año de su pesca gloriosa.
El sumo sacerdote, de la guilda de pescadores de sardinas y criadores de cerdos, declaró a Demetrios Salmonforos pluscuamseptuagenario excepcional y milagroso por haber pescado el pez que no existe. Y en ese mismo acto lo invistió viviente hasta que muriese de viejo, y en la frente le tatuaron ♂, que significaba: anciano pluscuamseptuagenario no reciclable como pienso de cerdo.
La popularidad del único pescador de un salmón que tuvo Malthusser en su larga –aunque ágrafa– historia creó tensiones entre Demetrios y el sumo sacerdote. Éste no podía soportar la competencia con Salmonforos en materia de carisma. Desde el resto de las islas del Archipiélago llegaban a nuestra nación a diario grandes procesiones de peregrinos que querían ver al campeón de la pesca milagrosa, a quien no tardaron en nombrar Mago Mayor. Los viajeros hacían rabiar de celos y envidia al sumo sacerdote, porque ni uno sólo de tantos peregrinos había solicitado jamás una audiencia con él. Los peregrinos viajaban a Malthusser sólo para ver a Demetrios y también para ver el salmón, que se resecaba al sol, eviscerado y cubierto de sal marina, en el interior de un tabernáculo.
Siete terceras lunas nuevas más tarde, un jefe de horda opositora en la guilda se acercó a Demetrios y le propuso ponerse al frente de la fórmula opositora en las próximas elecciones de la guilda de pescadores- porqueros. Y como Demetrios estaba absolutamente convencido de sus poderes milagrosos o de su taumaturgia innata, aceptó. Si he podido crear un salmón sólo con la fuerza de mi fe –se dijo–, ¿por qué no iba a poder ganar las elecciones al sumo sacerdote que nunca pescó nada?
El S.M. intrigó enviándole a Demetrios cortesanas y cerdos, ricamente ataviadas las primeras, bien asados los últimos. Demetrios se dejó llevar por los placeres como un personaje de tango, tanto más por cuanto el sumo, además de cortesanas y comida introdujo en el templo de Demetrios gran número de botellas de champán, y de tintos de Borgoña, Burdeos, como las que se descorchan en las fiestas parisinas de la mitología gardeliana. Y fue así como Demetrios bajó la guardia una noche aciaga.
El S.M. se presentó con un grupo de hombres armados. Apresó a Demetrios, y comenzaron a elaborar el sumario del inminente proceso criminal: el salmón salado del tabernáculo estaba a medias devorado.
Los testigos, entre los cuales había un odontólogo ortodontista, aseguraron ante los jueces de la corte criminal de Malthusser, que entre los incisivos, y sobre todo en los molares de Demetrios Salmonforos habían encontrado rastros de inmundicia.
Encontrado culpable de haber comido carne de un animal inmundo y para colmo inexistente, le retiraron la dignidad ♂ pluscuamseptuagenaria, después lo ataron como si fuera un ternero. Y en la estación de cría de cerdos más próxima lo degollaron, sangraron bien y arrojaron de inmediato a los cerdos.
El péndulo de la vida en Malthusser se mueve en espiral entre la humanidad y la cerditud. Pero es más triste que en el presente, en diversos países de la cuenca del Mediterráneo, para nada ágrafos, provistos de escritura y de literatura como Portugal, España, Italia y Grecia, haya economistas, políticos neoliberales, y genios de las finanzas públicas y privadas globales pensando en un régimen de la sanidad pública y de las jubilaciones y pensiones tanto o más aleatorio todavía que la pesca del salmón en Malthusser.


Acerca del autor:  Daniel Alcoba

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