En las bodegas del carguero acqua- photonic Al aslakus, y en los tres furgones de arrastre, además de las aeromotos, las piezas de artillería, los fusiles de asalto, los misiles, las cajas de explosivos y los ejemplares del Corán trilingüe (árabe, quechua y castellano), viajaban cuatrocientas noventa cuasiecas árabes y siete sementales de diversos pelajes, que procedían de las caballerizas del instituto Yafar al-Mawkibun , que eran todos los animales que habían podido salvar del avance de las tropas de la OTAN hacia el sur, hacia las fuentes del Nilo, al final de la III Guerra de El Cairo, y medio millón de embriones congelados, que procedían de una cabaña de cría de Damasco.
Los cuasiecos, una especie transgénica que Zan el-Din y Yafar al-Mawkibun consiguieron insertando en células madres de caballo árabe, genes de dromedarios, jirafas de Nigeria y aún otros animales que sólo ellos y el Todopoderoso sabrán.
Son capaces de beber agua de mar con buen provecho, porque están dotados de un órgano desalinizador, y también se pueden alimentar tanto de pura celulosa; verbigracia: tres paquetes o resmas de quinientas DINA 4 por día y animal, más una pastilla de complementos lipoproteícos vitamínicos–. Pero también comen trapos viejos, siempre que se trate de fibras vegetales, madera sin pintar, pescado, mariscos y verduras de cualquier clase, con la excepción de las coles, que digieren muy mal con meteorismos intestinales profusos, en ciertos casos borrascosos.
Zan el Din, padre de la bioingeniería militar muyaidín y Yafar, más lírico que su maestro, crearon, antes que un arma de guerra, la cabalgadura que siempre habían soñado los beduinos que fueran sus antepasados: más veloz en la marcha, el trote, el galope que los caballos de carrera a causa de los remos más largos y poderosos, resistente a la sed y al sol de desierto, pero también al frío y a la humedad extrema. Capaz de beber agua salada y reciclarla en dulce como una pequeña planta potabilizadora viviente, gracias a un órgano específico llamado nadhun . La especie era también apta para almacenar grasa como reserva alimenticia contra las hambrunas, en una giba horizontal pareja, estable, muelle como un cojín, que permitía montarlos en pelo sin apenas otras molestias que el ir sentado sobre una especie de brocha gorda colosal y de alambre, que atravesaba el algodón de la chilaba y la tela de los pantalones como si fuese manojo de alfileres.
¿Para qué podían querer los beduinos nuevas cabalgaduras, puesto que ya habían abandonado los dromedarios a los parques temáticos del desierto desde hacia tiempo para traficar con aerofurgones, cargueros solares, grandes cáfilas de eco zepelines?
Los querían para dar largos paseos, competir en las carreras, saltar obstáculos en los concursos saharianos, alturas que los caballos no podían superar, y sobre todo usarlos en las paradas, tanto militares como nupciales; y también por apego ancestral de jinetes recalcitrantes, enviciados con esto de llevar un buen montón de carne entre o debajo de las piernas.
Que los cuasiecos enamoraran tanto –y más aún– a los quechuas del altiplano y de las tierras costeñas, como lo hicieran en primer lugar con los árabes sus diseñadores, y las tribus del desierto arábigo y nordafricano, no es tan misterioso, los quechuas son versátiles. Y además, en principio, la población andina los percibió como llamas o guanacos gigantes. Eso explica las toponimias que cuajaron en los primeros cinco años de cuasiequerías andinas chúcaras: Jhatumpachakkarhuapampa (Pampa de las llamas gigantes) en el emirato del Cuzco, se llamó la primera reserva de cuasiecos en libertad, y largo fue también el nombre de la llanura alta boliviana que vio criar a las primeras cuasiecas bravías de sudamérica en el Emirato de Bolivariyya: Hachatansahuanacupatanakata, largo como tristeza de indio, y hasta japonés parecía.
Quechuas y aymará hablantes no tardarían en coincidir adoptando la palabra “cuasieco”, es decir, la castellanización apocopada del nombre científico latino de la especie: quasi equus dromedarius camelo pardalis formæ .
De ese modo, los lingüistas indios, académicos conservadores donde los haya, que prefieren las palabras kilométricas de raíz aborigen a los neologismos latinizantes, devolvieron a las toponimias la realidad del habla y las reservas ganaron su nombre natural: Cuasiecokunapampa, ya del Cuzco, ya de Bolivariyya. No hay más que esas dos, los cuasiecos restantes del país viven en campos cercados, haras, cuasiequerizas militares, establos y clubes cuasihípicos de las grandes ciudades.
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Daniel Alcoba
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