Nunca será bueno emprender cualquier proceso de enseñanza basándonos en un ejemplo. Es cierto que la creencia popular repite tal desatino desde tiempos antiquísimos. Desde mi punto de vista los ejemplos no son buenos consejeros. Más vale permitir tropiezos, desfiguros y equivocaciones sin darle importancia a los golpes o pérdidas ocasionadas por el anhelo de aprender. De verdad creo que puede aprenderse más de los fracasos que de procesos bien alineados mediante innumerables consejos. Los fracasos alientan la creatividad y permiten el movimiento; ese ir y venir ajeno a quienes se cultivan como si fueran plantas preservadas en una maceta. Siempre a salvo de las inclemencias parecen recubrirse con un aislante térmico a la vez que emotivo; un ambiente especial propicio para generar un crecimiento endémico que de ninguna manera podrá permitirles sobrevivir en entornos más complicados. Nunca supe de un bien aconsejado que se sintiera dueño de un conocimiento pletórico de experiencias, para ellos ser un ganador no implica el combate feroz al que se acostumbran los que aprenden por sí mismos. A mí me parece que vivir siempre bajo la sombra protectora del ejemplo es comparable con el crecimiento endogámico que arruina las mejores posibilidades de la selección natural.
En este planteamiento lógico debería ser derecho universal la libertad concedida a los alumnos para permitirles ir hacia el conocimiento sin temor al fracaso. Más allá del cielo celeste concebido como representación del paraíso arquetípico existen tonalidades infinitas dignas de conocerse para emparejarse con las emociones humanas. Esta libertad propiciará el carácter indómito de nuestros estudiantes y permitirá repujar sus emociones con el acierto otorgado por el azar infinito. Ellos sabrán blandir sus experiencias íntimas de acuerdo a sus propias necesidades a salvo de quienes predican sin reserva. No hace mucho un carpintero exhibió un madero seco ante sus alumnos y quiso representar con él la triste existencia de un árbol condenado a servir como último leño en una fogata. Deseaba en vano ofrecer el ejemplo de las vidas desperdiciadas. Nosotros pensamos de manera diferente y no nos importa saber si un cactus californiano arderá como un árbol aproximado al fuego. Ya lo dirán las circunstancias de cada explorador, pues no nos importa perdernos en una ruta supuestamente conocida.
Tampoco nos interesa ir más aprisa o lentificar nuestro paso. Somos libres y sabremos atenernos a las consecuencias de nuestros actos. Ellos son aleatorios y encontrarán sus propias posibilidades en cualquier sendero elegido.
Sobre el autor:
José Luis Velarde
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