1e4 pero me muerdo el dedo índice de la mano izquierda (soy zurdo) para evitar que se apoye sobre la cola del gatillo de mi Beretta 92 y juego c5. Lo estoy empezando a poner en vereda. Ya debería saber qué sigue. Todo se va a desarrollar suave, como una tarde en Palermo, con una granita de pistacchi y mandorle. Suave. ¡Te tengo! Mi Beretta se calienta. Juega Cf3, la clásica. Pero le pongo un d6 y lo dejo boquiabierto. Ya sabe lo que le espera. Contesta: d4. Yo le tomo Cxd4. En eso veo aparecer una Colt1911 de su bolsillo, apenas la vislumbro. ¡Esto se va a poner lindo! El tablero mismo parece sudar. Antes del enroque ya tenemos cada uno la pistola en la mano. No vale la pena nada. Él dispara primero, apenas una fracción de segundo después lo hago yo, pero el reflejo del impacto de su bala hace que dispare dos veces. Las dos le dan en el pecho. Jaque mate.
—¿Qué pasó acá? —dice el comisario Bermunde.
—Una partida de ajedrez en solitario —contesta el agente Soli.
—¿Se pegó tres tiros él solo? ¿Usted me toma por boludo? —pregunta casi a los gritos el comisario.
—Estaba frente al espejo, Bermunde. El espejo tiene dos agujeros de la Beretta.
—Un caso más de suicidio a la siciliana —dice Bermunde mascando sus palabras con bronca.
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Héctor Ranea
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