sábado, 20 de julio de 2013

El traductor - Silvia Milos



Atención. Pupilas contraídas, mirada convexa.
La garganta, flecha tensa. Quizá combatan.
Gime el cóncavo músculo traicionero, ladrido repetido en la madrugada.
Hace lo que se le da la gana. Aunque es su esclavo.
Son las dos.
Busca detonar en otro universo, acopla su ritmo al motor externo.
Capta cada sílaba. Silencio.
Perfume. Hay un orden exquisito en los poros.
Encuentro provocado. Afortunados: ¿Quién puede asegurarlo sino el tiempo?
Boca. Cilindro blando, tecla de palabras. Sentencia.
Se aceptan.
Otros seis minutos.
Escucho bajar corriendo los vocablos. Caracol del hemisferio izquierdo.
Cosquillas. Susurros.
Se dicen algo, finalmente para mi alivio (aunque no debo comprometerme en esto).
Los dedos, destinos prolongados, locos extremos.
Él la toca, mece sus huellas por el inacabable tajo de su vestido.
Un lunar imperceptible lo sorprende. Acabo de notarlo.
Investigan como ciegos sus secretos.
Todos los guardan, como si faltaran.
Traspiran.
Imperceptibles mariposas han caído sobre mis piernas.
En un mar de celos se ahogaron.
Aplaudo, como un polizón desesperado.
Veo sus gotas, prontamente las líneas de sus venas.
Un sendero en el alma. Agotador.
Misteriosa humedad, tenso delirio.
Chasquidos. Vibración del aire en la botella. Explosión convertida en trino.
Ovalo de abrazos. Amantes.
Que más…que… más.
Cueva. Azote musical, eco del pasado. Magos.
Acaso sin darse cuenta, bestias celestiales.
Fricción. Ardor, cansancio liberado en un grito.
Confundidos. Exhaustos. Redimidos.
Una hora. O segundos recalando mi cerebro.
Una imagen redentora.
Libres de dudas y de ruegos. Inexplorables de espaldas.
Qué mas…que más.
Labios. Y quiero decir, pronunciar su espacio.
Llamarla como él lo hizo. Aprieto los dedos.
Desorden. Desgracia.
Arranco la matriz. Elevo el sistema, adelanto los pasos. Voy.
Me pierdo. Inestable y vacío de Ella.
Cierro los micrófonos. Apago los visores.
Renuncio.
Yo también La quiero.


Acerca de la autora:  Silvia Milos

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