Aunque arcaica e impregnada de naftalina, la palabra fenecer me remonta a una época sublime, poética. Como si el vocablo nada tuviera que ver con el verbo morir, más frío, vulgar y contundente. Sin embargo, éste no es el único caso, a menudo me sucede lo mismo con ominoso o segregar, palabras capaces de sublimar terribles presagios y funestas consecuencias. Quien me oiga hablar así pensará que fui uno de esos chicos que no tuvieron niñez (¿debiera decir infancia?), que pasan su corta existencia (¿vida?) petrificados (¿absortos?) bajo la sombra contumaz de sus padres, siempre ajenos a todo lo que sucede (¿discurre?) a su alrededor. Seguramente dirían que, ciego en mi pequeño mundo, todo fue insignificante para mí. Quizá no estén del todo equivocados, no sé… Pero si se acercaran a leer con detenimiento la inscripción en lápida de mi madre, sabrían que en realidad jamás tuve oportunidad de vivir, que fui apenas como un alga que parasitó su útero un instante.
Acerca del autor:
José Manuel Ortiz Soto
3 comentarios:
Un bello juego de palabras con un final terrible.
Qué buena, esta remembranza. Palabras entrelazadas en una red entramada con esos sinónimos perfectamente adecuados...
Haces con tus letras pensar que la trama de tu relato tenga sentido, y mucho.
Besicos, amigo.
Miguelángel, Cabopá: fue un ejercicio que me puso a sudar, pues las palabras propuestas para trabajar se me dificultaban. Al final se hiló esta historia que, al releerla, no me hace temer que al rato me dé cuenta que, en realidad, nunca he estado vivo.
Gracias por su lectura y comentario.
Un abrazo.
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