Al abrir la ventana, en la persiana me encuentro una chinche verde. Ante la posibilidad de que se meta en mi casa, la ahuyento con lo que puedo: mis manos. Inmediatamente siento, entre uña y pulpejo del dedo anular izquierdo, una cierta humedad oleosa. Pensé: “¡me meó!”, aludiendo a la emisión de ese almizcle de olor nauseabundo en forma de fina lluvia. Instintivamente olí el dedo y, para mi sorpresa, parecía haber sido tocado por la axila de una mujer fatal, sensual, con un perfume exquisito a azahar de naranja amarga mezclado con el suave bouquet de los nardos, diluidos en uva de San Juan. Maravillado, volví a oler para convencerme, olí mis otros dedos y no cabían dudas. La chinche me había fumigado con un perfume exquisito. Sin detenerme a pensar en las innumerables aplicaciones que semejante bicho podría tener, pero casi desquiciado por el asombro, fui al patio a buscar a la chinche de marras.
Recordaba que tenía una marca negra, armada entre los dos élitros, que evocaba la máscara de la tragedia clásica, y un punto amarillo en cada costado. Me desesperé cuando noté que ya llegaba la noche y no encontraba al insecto pero al fin, desde el jazmín, escucho un claro chistido. Lo confundí con un grillo aunque al segundo volví la cabeza y ahí estaba la chinche, llamándome.
—¿Qué quiere usted de mí? —me dijo.
—Tu perfume es exquisito. Me hizo acordar a una mujer con la que estuve en Bombay hace años. Quería conocerte mejor.
—¿Es tu idea de una relación? —preguntó preocupada.
—¿Acaso...? —me asombré.
—Si me besas seré tu princesa —diría que se sonrojó si no fuera verde.
—De inmediato —dije y me abalancé sin pensar.
Dí mi ósculo y en el acto, la ladina me roció con vigor inusitado y en cantidad extraordinaria para tan pequeño continente, con el almizcle venenoso con el que se protegen de los agresores. Mientras estaba yo tratando de sacarme los anteojos llenos de esa porquería y con cara de preguntar qué había pasado, ella me dijo:
—Perdí un perfume carísimo para rajarme a tiempo, pero al menos me vengué como corresponde, humano idiota.
Y dicho eso, se fue. Sigo refregándome con jabón blanco, con shampú de algas y con limón verde y amarillo, hasta ahora sin resultados.
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Héctor Ranea
2 comentarios:
No sé con qué cara quedarme, si de sonrisa o de asombro. O las dos a la vez.
Voy a mirarme al espejo, a ver qué tal resulta esa mezcla...
Excelente, D. Ogui.
¡Gracias, Javier! Este aspecto de los insectos rara vez es retratado por los naturalistas que son sus cómplices, en realidad... Las chinches no son como los sapos...
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