Juan lo tenía bien pensado: “me iré de viaje”. Susana no podía saber que su hermano mayor trataba de poner distancia después del entierro de su abuelo. Eso fue hace tres semanas, ahora iban en el coche, conduciendo él tranquilamente con el rostro sereno.
—Esto es lo previsto: la caja no se abre y punto
—dijo Pablo.
No me gusta pescar, parecía pensar el abuelo Melquíades sonriendo dentro, con los brazos a los lados y su corbata azul favorita. La caja terminó abierta. Estaba serio, pero a Susana no le pareció importante, su abuelo siempre había sido un hombre extravagante, áspero, con un cerebro privilegiado para los negocios, tanto que había construido un pequeño emporio en La Habana. Todo eso terminó con su muerte. Vendieron el casino y el hotel, se quedaron con el 25% de las acciones; al fin y al cabo eran sus nietos. Pablo no quiso saber nada del asunto.
—¿Recuerdas que no le gustaba pescar?
—Susana dejo de mirar los árboles; el descapotable volaba, se agarró el pañuelo
—. Me iré de viaje, esto es lo previsto: […] no me gusta pescar.
—Juan se rió a carcajadas, parafraseando al viejo.
—Sí, lo recuerdo. No puedo creer que fuera tan maniático con ciertas cosas y tan permisivo con otros asuntos.
—No pudo evitar burlarse también.
—¿Te refieres a...?
—preguntó Juan.
Expliqué en dos palabras que no le importaba llevar al cuartito a algún jugador avezado y pegarle una tunda, no él, por supuesto, los de seguridad. Juan se hizo el sorprendido.
—Bueno, princesa
—Juan solía tratarme genial
— lo cierto es que nos vamos a Oklahoma y tendrás la oportunidad de cumplir tu sueño de escribir.
No contesté, tenía un nudo en el estómago. Mi mano bajo la barbilla y la cara orientada hacia el Este de nuestro recorrido, fueron todas mis palabras en ese instante, aunque estaba alegre. Echábamos de menos al abuelo.
—La hacienda es fantástica, Juan. No dudo que podré terminar la novela y enviársela a Pablo lo antes posible, si además puedo montar a caballo serán unos meses estupendos. ¿Pablo sabe que te casas con María?
—No
—Juan le restó importancia, como si a Pablo no fuese a importarle el enlace con su ex novia María Antonieta.
—Rodarán cabezas, te digo, ya sabes como es Pablo.
No tardamos mucho en llegar a la casa nueva. Juan había pensado irse solo, pero en cuanto se le pasó el disgusto y empezó a replantearse su nueva vida, incluyó en ella a Susana. Siempre se habían llevado bien, compartían algunas aficiones y los dos tenían ganas de estar de retiro una buena temporada. Alquiló la pequeña hacienda. Esos días Pablo le comunicó a Susana que habían aceptado la propuesta de su libro, le envió el contrato y a Susan le entró el pánico y le pareció que la historia hacía aguas por todas partes; todavía tenía que hablar con varias personas para recabar información y terminarlo con la mayor fidelidad posible, y con los lugareños (incluyó la brevedad: tres meses para escribir doscientas páginas y reorganizar la historia). No contaba con encontrar un cadáver entre la paja de una de las cuadras. Cuando pasó no dejó de pensar que no quería que Juan viese a María bajo la pezuña de un caballo, tenía la marca en la cara, casi destrozada. Había poca sangre. Pablo estaba en la parte de atrás de los establos. Desde hacia dos días estaba irreconocible. Juan y él habían discutido acaloradamente en él salón, María los había calmado y todos entendimos perfectamente el mosqueo de Pablo. Ahora, inclinada sobre el cadáver de María, no paraba de pensar en que no era un accidente; desconfié de Pablo, lo traje de la mano como una chiquilla y Pablo se quedó mirando a María. Se afianzó en mí la sensación de que no era un accidente, de que María era víctima de un asesino y que Pablo tenía que ver en algo, no sabía en qué. Mis pesquisas para la novela habían dado sus frutos y estaba terminada, sólo le faltaba un vestido adecuado. Las botas de montar de María estaban embarradas, Pablo comentó que no había barro por las cercanías.
Las Charcas están a varios kilómetros, el lugar que conocen por aquí como Valdechiquitos. Juan no estaba en casa.
—No vamos a llamar a la policía
—me dijo Pablo. Cogió a María en un largo abrazo.
Puede que Juan se vengara por lo de la muerte de nuestro abuelo, porque se había enterado de que Pablo tenía que ver con los turbios tejemanejes con un señor de Córdoba. Me iré de viaje, eso me decía la cara de María con su abolladura cerca de la sien. Juan estaba fisgando cerca del agua embarrada, buscando el anillo de compromiso que María le había tirado a la cara. No me gusta pescar, esto es lo previsto, pero temo que no tiene nada que ver con mi familia, era hierro de marcar a los caballos. Juan sigue buscando en la charca.
Acerca de la autora:
Raquel Sequeiro
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