sábado, 6 de abril de 2013

El color nocturno - José Luis Velarde


De pronto me siento más gregario que una esfera navideña. Advierto liquen sobre mis manos y me horroriza imaginar el aspecto de las coyunturas. Ni pensar en las ingles. La inmovilidad puede volverte verde. Una especie de reptil. Un personaje destinado a promover la naturaleza cuando ni siquiera me atrae unirme a un movimiento ecológico así sea constitucional. Siempre creí que en la quietud florecerían los tonos ocres. Los adjudicados a la herrumbre durante tantos años. Quizá no ingiero el hierro suficiente para que mi hemoglobina adquiera la engañosa opacidad del otoño.
El liquen se ausenta cuando alguien oprime el claxon desde el vehículo situado detrás del mío. Me apresura. Saco la cabeza por la ventanilla y le grito que mi vehículo no arranca. Se ofrece a empujarme. Rechazo la ayuda. Se marcha con un rechinido de neumáticos. El semáforo ya luce amarillo. Mis manos se oxidan y luego enrojecen.
Elmo, Hellboy y un Angry Bird a la vez.
Inicio la marcha enrojecido como el Hombre Araña y casi al instante advierto que debo tener un farol estropeado. Me detengo. Pongo la luz alta y veo que el problema desaparece. Hago el cambio y mi lado se oscurece tanto como el exterior. Retrocedo diez metros, por suerte el cruce luce desierto.
El semáforo se encuentra en rojo.
Mis manos son incandescentes, me digo, mientras intento decidir lo que debo hacer. De continuar el camino a mi casa con las luces altas podría ser infraccionado tanto como si lo hiciera sólo con un farol. De ser detenido por un agente de tránsito de seguro notará mi embriaguez y me levantará una infracción. Apenas ayer fui sancionado por circular a baja velocidad en una calle donde el velocímetro debe estar entre sesenta y ochenta kilómetros.
Mi expediente no se encuentra muy limpio.
Un conductor pide voluntarioso que mueva mi vehículo.
El semáforo se encuentra en verde otra vez.
De pronto me siento más gregario que un auto abandonado. Advierto liquen sobre mis manos. Saco la cabeza reverdecida por la ventanilla y le grito que mi vehículo no arranca.
Ofrece empujarme y rechazo la ayuda mientras me adentro en las tonalidades amarillas de mi piel camaleónica.

Acerca del autor:
José Luis Velarde

1 comentario:

Ogui dijo...

Un texto excelente sobre momentos tremendos del análisis de la situación.