Y aquella tarde, papá, regresó a la tumba entristecido, besó a mamá y
se recostó junto a ella. Sus ojos descorazonados indicaban que el
rodaje de la película no había ido bien: “El director se ha vuelto a
equivocar, las escenas no tienen verosimilitud. Esos vivos son
insoportablemente banales”, dijo lloroso. Ajena a la tragedia
cinematográfica la abuela no dejaba de lamentarse, recordando aquellos
tiempos en los que el panteón era sólo para ella. Con tanto arrebato se
le desprendió la mandíbula. El sarcófago explotó en risas. El abuelo
hipaba, se hizo el muerto, para luego abrir los párpados lentamente y
pellizcarle los glúteos . Siempre hace lo mismo, es un bromista. Ésta le
arreó un manotazo y, con el brío, se le desprendieron tres dedos. Hacía
calor, las gotas de sudor resbalaban por mi frente. La abuela tiene
razón, desde el accidente la tumba es insuficiente para tanto cadáver.
Yo estaba nerviosa, al día siguiente tenía un casting. Así es imposible
ser una estrella, tengo unos cabellos horribles, se me caen las uñas y
además me huele el aliento “Tranquila hija, si estás muerta no tienes
nada que perder”, dijo mamá. Seguro que ella tiene razón, y yo sólo soy
una quejosa, pero hace tiempo que nada me sale bien.
Tomado de Caleidoscopio
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1 comentario:
¡Wow!
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