Las turbinas se encendieron y la ardilla sin dientes ni labios comenzó a llorar, mirando por la ventana del transbordador que se alejaba de la tierra como los escupitajos de los tuberculosos que invadieron al planeta Irraki. La ardilla sabía que era la última esperanza; ella encarnaba, como el mismísimo Jesús, una buena nueva.
El viaje
hasta el planeta Nelson de la galaxia Cóndor del sistema Anular X-34
era necesario para descerrajarse la cabeza de un balazo. Solo allí
tendría la capacidad de matarse no sin antes activar la máquina del
tiempo erigida en la superficie del astro. Los habitantes de Nelson
la esperaban pero de una manera no amigable: Lanzas y flechas
humedecidas con su saliva cerraban la atmósfera hostil de este
planeta estratégico. El emperador de emperadores esperaba en una
calma chicha mientras el pueblo nelsonita se llenaba de ira, bebiendo
alcohol de jengibre y fustigando los pequeños apéndices que tenían
por ojos. Para ellos cualquier extranjero que viniera a activar la
máquina de tiempo era una prolongación de su agonía. El cáncer
parecía renacer en sus cuerpos en la crispación regurgitada ante la
presencia de una nueva criatura.
Una ardilla
sin boca que lloraba por el destino de una raza en la que no creía:
la suya. Llegó al mediodía, en plenilunio de agosto. Ardilla sabía
pensar y tenía hambre: desde que le desaparecieron la boca el
silencio y la inanición la hicieron figurar futuros y posibles
universos en donde la paz dejara de ser una promesa ya que todo
estaría muerto.
Fue recibida
por un diluvio de lanzas que se clavaron en su cuerpito. Antes de
emitir el último suspiro su boca volvió a abrirse y pronunció las
palabras que Adonay se dijo a sí mismo en la cruz: por qué me has
abandonado.
Los
nelsonitas supieron que el dios había llegado y que era tiempo de
morir. Entonces, acudieron al consuelo de su emperador. Este,
subiendo los hombritos y arrugando las ñatas, sentenció: Los
condeno a ser bellos.
—¿Y la
máquina del tiempo? —preguntó
el niño nelsonita.
—Esa sigue
funcionando. ¿No ve que le acabo de contar un cuento? —mariposeó
el anciano nelsonita, tan senil y hermoso como su nieto preguntón.
1 comentario:
Belleza de relato!
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