La ciudad se aletarga. La calle está saturada de seres imprecisos.
Crecen rascacielos entre los árboles. Todos caminan en silencio,
enredados en la afonía de la noche. Intento confundirme entre ellos. Les
rozo las manos e imito su caminar lento. Pero no hay respuestas, no hay
miradas, ni siquiera una sonrisa esquiva o un gesto de reproche.
Marchan ordenados, uno detrás de otro; equidistantes, formando una línea
infinita. Llueven luces de neón. Veo un individuo que acelera su paso,
que huye de la fila. El resto sigue su caminar impasible. Luego cae y
su cuerpo queda tendido en el asfalto. Se acercan dos hombres
uniformados y vuelven a ligar las cuerdas a la cruceta. Él se levanta
robotizado y se incorpora a la hilera. Por sus mejillas de madera caen
dos lágrimas que inundan el pavimento. Miro a mi alrededor, pero no
distingo más color que el gris, ni reconozco más sonido que el chirrido
amargo de sus lloros al estrellarse contra el suelo. Todos sollozan.
Asustado empiezo a correr hacía la lejanía. La línea del horizonte es
cóncava y, entre ella y el cielo, sólo se alza el vacío. Nadie me mira,
nadie me habla. Me persiguen. Corro.
Acerca del autor: Xavier Blanco
© Xavier Blanco 2012.
Tomado del blog Caleidoscopio
Tomado del blog Caleidoscopio
2 comentarios:
ufff, lo pintas positivo. Da miedo. Yo quiero seguir creyendo en romper las cuerdas, y sin estridencias. Es que soy así de idealista (o de tonto)
¡Cuánto me alegra encontrarme aquí con las letras de Don Xavier!
Este es un micro formidable, que impregna de desazón y dudas profundas el lector, porque es imposible no sentirse identificado con ese narrador.
Mis aplausos.
Un abrazo,
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