viernes, 21 de diciembre de 2012

Casamiento de viejo, pueblo descontento – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Ahora, me pregunto —dijo el Rata Madriguera—, ¿por veinte palabras que pudieron haber venido en esa galletita japonesa de la (mala) suerte, me tenía que pasar que se me manchara el frac?
—¿Usted con frac? —se rió el Tape Manubrio derramándose la caña sobre la pechera.
—Lo tenía listo para ir al casamiento del viejo Vizcacha con Laucha Moreno, la famosa halterista que salteaba de a uno en uno los blogs y cayó en uno donde le vendieron un riñón trucho y se lo trasplantaron en el hígado.
—¿En serio me está hablando?
—Tan en serio como cuando le dije lo del plato volador que cayó en la estancia del Pato Leloir, ese polista que vive la mitad del tiempo en París y la otra mitad también.
—¿Y qué pasó con el plato? —preguntó serio el viejo al que llamaban Aceituna, porque siempre andaba con el vermú colgado del cinto.
—¿El volador? —respondió el Rata, limpiándose las solapas del frac—. ¿No le dije que no volaba, que por eso se cayó? ¡Hombre! ¡A usted sí que hay que explicarle todo!
—Me confunde con el enano color aceituna, me parece —refunfuñó el Aceituna—. No es justo. Se la pasa hablando de sus aventuras por la Internet y termina casándose con la Laucha, mujer más manoseada que manubrio de motoneta de delivery.
—¿Y quién le dijo que me caso yo? ¡Es el viejo Vizcacha!
—¿Mi primo? ¿Se casa mi primo y no me ha dicho nada! ¡Traidor!
—No, traidor no. Ahorrativo. Se salva de comprar varias damajuanas de vino. Casi un tonel se tomó en el último casamiento de Estación La Molino, difícil que lo recuerde, pero eso se lo tomó usted.
—¡No me lo voy a recordar! ¡Claro que lo recuerdo! Se lo tomó todo el enano aceituna que bajó del plato volador y me culparon a mí, solo porque estaba borracho como una cuba.
—No sé decirle —terció Manubrio— si en Cuba toman tanto, pero si a usted lo hubiéramos estrujado sacaríamos vino para el día de hoy.
—¿Falta el vino? —se asustó el Rata— ¡Falta el vino! ¡Malditos extraterrestres! ¿Volvió el enano aceituna?
—Pero reclamando ron —aclaró Manubrio—, porque aprendió, son muy aprendedores estos extraterrestres, que para ponerse borracho como una cuba hay que tomar ron, no vino.
En eso se oyó una voz abaritonada como la de un castrati. Pertenecía, y de eso no caben dudas, a un extraterrestre de Ñaupiry, el exoplaneta ubicado muy cerca de los Portales de Hudhopy; de piel aceitunada y aliento fenólico. El alien entró a la pulpería haciendo sonar las espuelas que se se había comprado en La Saladita Bis, cerca de Carlos Casares.
—¿Hablan de mí? ¿De dónde sacan letra? ¿De una galleta japonesa de la (mala) muerte?
—De la mala suerte —de defendió Aceituna.
—Con usted no hablo —dijo el extraterrestre—. Se la pasa denostando y ahora quiere hacerse amigo.
—¿Amigo suyo? ¡No me haga reír!
—Escuche, don alien —dijo el Rata sacando pecho—. Acá en La Molino no solemos discriminar, pero se aplica a humanos. Y usted…
—¿Yo, qué?
—Toma vino como humano. En cantidad, digo —casi anunció su genuflexión y achique el Rata, más preocupado por mantener el frac fuera de la venganza del alien que de otra dignidad.
Los demás parroquianos lo miraban sorprendidos, y todavía tenía levantados los hombros cuando Manubrio se cansó de tanto arrugar y le mandó, junto con un golpe de tijeras de esquilar, las palabras más ofensivas para el de Ñaupiry:
—¡Muerte al pulpo verde!
El tijeretazo fue parcialmente certero: cortó dos de los tentáculos que el viajero usaba como bigotes para chupar el vino como si fuera por un sifón. Eso dolió. El enano aceitunado reculó y se tropezó con las espuelas, cayó sobre las alas de su dorso y se empezó a poner azul, señal de que tenía un alvéolo testicular bastante aplastado. Esto fue aprovechado por la Laucha, que recién entraba al bar y le puso el tacón contra la segunda tráquea, la que el aceitunoso usaba para respirar en nuestro planeta.
El tipo no tuvo ni tiempo de quejarse y su vómito no alcanzó para manchar los zapatos de Laucha. Muerto el de Ñaupiry, todos se volvieron contra el Rata, bastante enojados, por cierto.
—Bueno. Al menos salvé el frac —dijo, previendo la reacción de los presentes. Como la hostilidad no cesaba, se escudó tras Laucha que no alcanzaba a entender tanta violencia. Entonces ella habló:
—Venía a invitarlos a todos al casamiento. Sobran chorizos y morcillas y el Colorado Terrenio me carneó dos lechones y una oveja negra de más. ¿Trae bastante vino, Manubrio?
—Y, ahora que no está este... —dijo señalando el cadáver del extraterrestre.

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