No me distraigan con tonterías. No golpeen. Mi cabeza no es una
cacerola. No me zamarreen. No estoy dormido. Yo, como tantos otros que
me precedieron y tantos otros que vendrán después de mí, espero
agazapado mi momento. No vengan a molestarme cuando me ven así. Estoy
meditando y aunque no lo parezca es la tarea más ardua del mundo. El
enojo de tener que soportar el tedio durante largas horas pesa en mis
párpados y no me deja en paz. No se va por más que intente pensar en
cosas bellas. Ya probé imaginando que estoy en medio de un lago azul en
calma, luminoso, o que vuelo sobre bosques y montañas, o cabalgo a campo
abierto rumbo a los labios jugosos de esa mujer que habla ahí delante
desde hace un buen rato. ¡Qué húmeda estará después del beso que voy a
propinarle!
—No sé, señor director. No alcanzo a comprender por
qué de repente y sin aviso la señorita de inglés interrumpió la clase,
dejó la tiza sobre el pizarrón, caminó entre los pupitres hasta
detenerse junto al mío y me propinó semejante cachetazo. ¿Acaso lee la
mente? ¡Lo único que faltaba!
Acerca del autor: Fernando Puga
No hay comentarios.:
Publicar un comentario