sábado, 6 de octubre de 2012

Interrogantes en la antesala de la muerte - José Eduardo González


Pese a que sabe que le quedan pocos minutos de vida, lo invade una tranquilidad que lo sorprende. Sólo una preocupación altera en parte la calma de ese hombre de 42 años, y es el destino de sus familiares, pero se tranquiliza pensando que sus amigos se ocuparán de que sufran lo menos posible. Y mientras se abandona a esa paz que lo reconforta, intenta poner su mente en blanco, pero es inútil, porque una multitud de recuerdos se agolpa en su cerebro. Entonces trata de ordenarlos, así, evoca su niñez en la ciudad en que nació y luego su estancia en Buenos Aires, donde completó sus estudios secundarios. Es en ese momento cuando se pregunta por primera vez el porqué de los acontecimientos que lo han conducido a este final trágico. ¿Por qué él y sus compatriotas no han sido capaces de forjarse un destino común dirimiendo civilizadamente sus diferencias? Pero no hay respuestas, y sus recuerdos lo llevan a Santiago de Chile, donde se recibió de licenciado y abogado, y en donde participó del  movimiento que condujo a la independencia del país vecino, junto a otros argentinos, Manuel Dorrego  entre ellos. Sí,  el mismo Dorrego que hace menos de un año fue víctima de los enfrentamientos que desangran a su patria.
¿Por qué? vuelve a preguntarse. Pero antes de que pueda responderse, otros recuerdos invaden su mente, como su casamiento con Micaela, y también su actuación en la política de su provincia y su país, especialmente su participación en los acontecimientos de aquel día glorioso, hace sólo trece años. Una gran felicidad lo invade al evocar esa jornada memorable. Pero nuevos interrogantes lo acosan. ¿Por qué? ¿Por qué las luchas fraticidas lo han obligado a abandonar su provincia para salvar su vida? ¿Por qué  ha tenido que enrolarse en uno de los ejércitos en pugna? Pero las respuestas no aparecen y su mente se ve invadida por los acontecimientos de esos últimos días, en los que los suyos, tras feroz lucha, fueron  derrotados en El  Pilar. Y después, su huida del campo de batalla hasta ser alcanzado por sus adversarios, que acaban de disponerlo todo para su ejecución.
Ya no hay tiempo para más. Morirá sin haberse contestado los interrogantes que lo han rondado en los últimos momentos de su existencia, y que lo asaltan por última vez: ¿Por qué? ¿Por qué él, Francisco Narciso de Laprida, que ha luchado siempre por el imperio de la ley, deberá despedirse de la vida con esta muerte horrible?
La tarde cae sobre el llano mendocino en ese 22 de septiembre de 1829, cuando una partida de jinetes azuza a sus caballos, los que se ponen en marcha y se acercan al galope al sitio donde se encuentra semienterrado el condenado a muerte. Y una vez allí, profiriendo alaridos que hielan la sangre, pasan inmisericordes sobre su cabeza, que sobresale del suelo.

El autor: José Eduardo González

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