domingo, 30 de septiembre de 2012

La forma de la nube – Héctor Ranea


Elvira, de niña, miraba extasiada el mar, las olas, el vuelo de la arena con el viento, hasta que vio las nubes y eso la perturbó, tanto que siguió mirándolas por décadas. En la adolescencia ella comentaba a quien quería oírla:
—Las nubes cambian de forma todo el tiempo.
—Frase muy estúpida, Elvira —contestaba quien quería oírla—. Todos sabemos eso. Es conocido. Hasta hay quienes intuyen formas familiares en las nubes.
—No me dejas explicarte. Decía que cambian de forma tal que, mirándolas suficiente tiempo, llegan a parecerse a personas que conoces o a animales que te fueron o son queridos.
—¡Eso no es posible! ¿Volviste a la droga, Elvira?
—No. No es droga, Quien quiera oírme, es la verdad. Estoy en condiciones de afirmar que ayer, luego de veintitrés horas de observación, vi en la nube a mi madre, que en paz descanse.
—Después de tantas horas es lógico que veas cualquier cosa, Elvira.
—Yo sé lo que digo. Y años atrás vi a mi tío Quizás.
—¿Quizás viste a tu tío? Estás con un problema.
—¿Cuánto te apuesto a que mañana veremos esa casa hecha con árboles petrificados que vimos años atrás en el Sur?
—Elvira, nunca estuvimos en el Sur juntos. Nunca.
—Sí; en una nube vi esa escena el miércoles pasado. Créeme.
—Si te creyera sería yo mismo un pájaro loco.
—Como los estentóreos horneros.
—¡Qué feo! Dos palabras de tres sílabas o más, con combinaciones de e y o.
—Pero es cierto. Los horneros son...
—¡Por favor, no lo digas más! ¡Otra vez y estallo! —clamó Quien quería oírla.
Y ella, sin percatarse, lo dijo
—... estentóreos.
Y Quien quería oírla se disipó en una explosión silenciosa en la nube, un cumulus humilis situado en la línea visual de donde vuelan las gaviotas en la tarde. Elvira se quedó sin interlocutor, pero no sola. Su hermano la miraba con ternura, aunque todavía era temprano para dibujarse en las nubes de buen tiempo.

Acerca el autor:  Héctor Ranea

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