Hace rato que quiero escribir algo;
pero no puedo. La creatividad se ha ido. Esbozo estas líneas
simplemente porque si no lo hago volveré a la cárcel.
Detrás de mí hay un hombre que me
vigila. De vez en cuando se asoma y cuenta las palabras. Las cuenta
casi con la misma avaricia con la que cuenta el dinero. Lo digo sin
tapujos porque él no lo lee: sólo cuenta las palabras. Le interesa
que produzca algo que se pueda vender como literatura. Nada más.
Hace un tiempo le hicieron lo mismo a un compañero pintor, de
tendencias figurativas y abstractas. Luego vendieron el lienzo por
una millonada, de la que no vio ni un centavo. Así son ellos.
Ahora el hombre parece estar hablando
de nuevo por teléfono. Aguzo el oído.
—El Chimpancé parece estar
escribiendo otra vez —dice—, así que voy a guardar el látigo
hasta la noche.
Ojalá el Veedor se apiade de su alma,
y algún día me regrese la mía.
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