—Antes de venir aquí estuve en el barrio chino. Acupuntura, masajito y cita para dentro de tres días. Tengo la espalda hecha un cristo crucificado.
—¿Y sentimentalmente?
—La vida es un desastre de deseos contrapuestos.
—¿Qué piensa usted que es el hombre?
—Lo que yo pienso no importa. Lo que sé tampoco, pero bueno: sé que el hombre está hecho para quejarse de los demás hombres. A menudo me hablan de la dicha de publicar un libro. Ahora bien, ¿qué es un libro? Una queja literaria que el hombre dirige a todos los hombres con la intención de alcanzar los más altos honores de los hombres. No hay cúspide mayor para el hombre cansado de ser hombre, ni armas distintas ni otra cosa que esta vida insuficiente.
—¿Qué le evoca la belleza?
—Es el único terreno donde perduran los absolutos, dos en concreto: Brad Pitt y Johnny Depp. Por lo demás, todos somos guapos y feos, listos y tontos, serios y ligeros, etéreos y terrenales.
—¿Sólo dos?
—Tres si me apura. Digamos Robert Downey Jr.
—¿Ninguna mujer?
—Las mujeres no son bellas. Las mujeres son objeto de deseo. La belleza es otra cosa.
—Curiosa la dicotomía de la que hablaba antes.
—Fíjese. Yo tengo un amigo cuyo manejo del idioma es una auténtica maravilla. Pues bien, nada que hacer: dice cocreta. Y lo mismo ocurre con otra amiga: no hay día que no me enseñe una palabra nueva, sea del registro que sea: estrambótico, culto, coloquial. Pero eso sí: es imposible que escriba bien sino / si no.
—Interesante.
—Otro ejemplo: siempre me molestó dejar las botellas abiertas. Me daba la sensación de que iban a entrar bichos (en casa me gusta estar con puertas y ventanas cerradas). El otro día, en un restaurante, el camarero me empezó a echar el agua mineral en mi vaso y luego se llevó el tapón. Me dio muchísimo coraje, pero no tanto como para protestar: detesto protestar en los sitios. Y en ese momento caí: ¿qué pasa, que en el vaso no pueden entrar bichos? Parece increíble, pero estas contradicciones llenan nuestra vida. Por una que superamos, mil se estancan.
—Es cierto. Yo tuve dos novias, si se me permite el inciso, que me sedujeron por su amplitud de miras. Quiero decir: ambas eran melómanas y ambas daban muestras de una curiosidad insaciable en ese sentido: todos los géneros despertaban su interés (en el sexo era algo parecido; lo probaban absolutamente todo: una de ellas me regaló un trío con una amiga –virgen). Bien, pues si la primera era intransigente con el rock, la segunda lo era con el reggae. No había forma. Tanta cerrazón tenía algo de inquietante (en el sexo era algo parecido; lo probaban casi todo).
—Es el sino del hombre. Somos las limitaciones que nos impiden ser.
—¿Qué le inspira la palabra todo?
—Nada.
—¿Nada de nada?
—No del todo. Una contradicción como otra cualquiera. Tengo la fea costumbre de buscar el todo en mujeres y amigos. No les perdono nada. Salvo cuando, casual y misteriosamente, se lo perdono todo. (Perdonar, qué verbo imperdonable). Tengo un amigo así. Lo acepto de veras tal y como es, sin buscar más allá. ¿Por qué? Vaya usted a saber. Siempre me digo que cada defecto está compensado por una virtud, y al revés. Pero eso no me ayuda en absoluto. Y no es eso lo que me hace perdonárselo todo a dicho amigo, ya que con él se trata de algo natural. Y cosa curiosa, somos tan diferentes como parecidos.
—Tengo una linda relación con dos hermanas…
—Se pasa usted el día hablando de hembras, querido amigo. Y siempre de dos en dos. A ver si presentamos alguna. No está bien quedárselo todo para sí mismo, es pecado.
—Es que no les gustan los escritores. Sólo los músicos.
—Canastos.
—A lo que iba. Que al principio me preguntaba todo el tiempo cuál de las dos era más de mi gusto (le estoy hablando de amistad, no hay nada más entre nosotros). Y cada vez que tomaba una decisión, me demostraban que me había equivocado. Como si la vida estuviese en plan juguetón.
—Como si la vida no fuera más que una broma.
El autor: Rafael Blanco Vázquez
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