jueves, 9 de agosto de 2012

Y estas fueron las noticias, desde el frente de batalla — Daniel Frini


—¡Caín Onán, entrá pa’dentro, disgraciao!
El grito de su madre aún despertaba por las noches al Padre Tito. Se hizo sacerdote por ella, mujer despótica, devota e inculta que no tuvo muy en claro quiénes fueron malos y buenos en la Biblia.
No era feliz. Y cada vez que dormía soñaba con mujer; pero su madre, muerta hacía más de veinte años, lo rescataba del ansiado pecado de la carne.
— ¡Padre Tito!— Lo llamó el grito del Cabo Cepeda, y los golpes en la ventana — Venga!¡Hoy es la noche!
Miró la hora. Las once. Recordó el aquellarre que "no es leyenda, m'hijo", según decía Ña Aparecida, cada vez que le curaba el empacho.
Llegaron al pie del cerro, en la oscuridad, a las doce. Preparó los utensilios para el exorcismo. La boca de la cueva los llamaba. Entraron. Un terrible golpe lo desmayó.
Despertó y vio que era cierto. Ciento cincuenta mujeres, todas desnudas y algunas conocidas, lo miraban con furia. Estaba desnudo, también. Sólo le habían dejado el alzacuellos. Cepeda lo sujetaba por los brazos.
Ña Aparecida, con tono de discurso de barricada, estaba diciendo:
— ¡Por cada una de las nuestras que murió en la Inquisición, morirán cinco de ellos, compañeras!
Caín Onán Rosales, alias Tito, sacerdote a la fuerza, murió en la hoguera a los cuarenta y cinco años, en el Auto de Fe celebrado por el bando contrario, en la Sierra, la noche mágica de Walpurgis del año dos mil tres.

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